Cada día escucho y leo personas que utilizan el lenguaje inclusivo, con el que se pretende incluir a las mujeres o a personas que no se identifican con el masculino o femenino. Es un fenómeno social, que muchos piensan es más una moda que otra cosa. Me enfocaré en las mujeres, ya que es mi género, y meterme en un camino tan espinoso, como la de los nuevos géneros, podría herir susceptibilidades en este mundo lleno de personas con la piel muy sensible.
Las mujeres hemos tenido papeles preponderantes a través de la historia, pero lastimosamente hemos sido siempre relegadas a un segundo plano en diferentes épocas y sociedades del mundo. El español no se escapa de esta realidad, ya que es considerado un idioma machista y excluyente, por muchos, por lo que este tipo de lenguaje tiene sus defensores y detractores. Nuestro idioma ha evolucionado y seguirá haciéndolo, ya que es un ente orgánico y por ende es parte de su esencia, el sufrir cambios. Ha ido evolucionando y vemos términos que han caído en desuso, como también se han introducido palabras nuevas, pero estos son cambios que se han hecho de manera progresiva y no de un día para otro, como se pretende con el lenguaje inclusivo. Así que no estoy diciendo que el español no deba tener innovaciones, solo que creo que esto no es necesario ya que no impacta en nuestra realidad, como mujeres.
Soy mujer en una profesión dominada por hombres y nunca me he sentido excluida por el lenguaje; esto se lo debo a la educación que me dio mi madre y los centros de estudios donde me formé, en los que siempre se me animó a tener metas y cumplirlas, sin importar el género. Me parece algo exagerado centrarnos en un tema como este y no centrarnos en educar a las mujeres para que estén seguras de su capacidad, que sean independientes y con valores; para que no se sientan amenazadas o menospreciadas, porque alguien se refiera a los compañeros y no diga compañeras.
Este tipo de lenguaje vuelve los discursos largos y aburridos y no le aporta belleza, desde mi punto de vista. La comunicación puede cambiar ideas, pero si ni siquiera entendemos, como sociedad, que las mujeres tenemos los mismos derechos que los hombres; poco puede hacer este tipo de cambios para nuestra inclusión como iguales, de nuestros compañeros.
El lenguaje inclusivo no es la solución a la discriminación que las mujeres hemos tenido por años. No nos aumenta el número de representación en puestos políticos, ni el salario o los derechos a tener las mismas ventajas que los hombres; es por esto que lo veo como una solución irreal a las luchas que por años hemos tenido las mujeres por reivindicarnos. Además, tampoco lo veo como una imposición social por parte de los hombres. El español surgió del latín y fue evolucionando hasta lo que es hoy en día. No creo que los hombres en la historia de las sociedades hayan evolucionado hacia un idioma masculino, como propósito de excluirnos a las mujeres. Hoy día existen sociedades muy machistas, que tienen idiomas neutros, como es el caso de varios países africanos, así que esto echa por la borda la teoría de que al tener este tipo de idiomas neutros, la sociedad que los habla es más inclusiva con las mujeres.
Por último, el lenguaje inclusivo no ataca la raíz del machismo. Este problema va más allá de decir ellas o ellos. Para acabar con el machismo, la desigualdad de género, la discriminación y la violencia contra las mujeres, necesitamos políticas encaminadas a empoderarnos, a hacernos más competitivas y a entender que los cambios sociales se luchan no solo con la manera de hablar o escribir; para esto se necesita una reforma a nuestra educación, que llevará años para que se vean los resultados. Así como cambiar nuestras mentalidades en las familias y dejar los estereotipos en que a las niñas se les incentiva a ser princesas de cuentos de hadas y a los niños a ser y a jugar de ingenieros o doctores, porque son trabajos de hombres. Mientras tanto, pienso que el lenguaje inclusivo es una pérdida de tiempo y esfuerzo, que nos distrae de los verdaderos problemas que estamos enfrentando como sociedad.
La autora es doctora en medicina
