Si no ha sido posible transformar el sistema de transporte colectivo en Panamá, lo menos que podemos hacer es iniciar una agresiva campaña en contra de los buses que bien han sido bautizados como "diablos rojos", por la nefasta trayectoria de sangre y muerte que tanto luto han traído a decenas de familias panameñas.
Sabemos que los transportistas compran estos buses en Estados Unidos a precios ínfimos –casi de chatarra– porque son vehículos de transporte escolar sacados de circulación, porque llegaron al millaje o kilometraje tope que se permite para su uso público. En vista de esto, las autoridades de aquel país los consideran un peligro para la seguridad vial y el transporte de estudiantes.
Pero esos buses, así adquiridos, llegan a nuestro país y son reconvertidos a "diablos rojos", cambiándoles los amortiguadores, porque el peso que deberán soportar ahora es mucho mayor; se le agregan o se le colocan asientos de tres, de manera que se reduce el espacio interior para circular; y, en la fase final, a la mayoría se les pinta de rojo, se le instalan pitos estridentes, troneras y aparatos de música que deberán soportar forzosamente los usuarios y transeúntes.
En estas condiciones salen los "diablos rojos" a aterrorizar a los ciudadanos, más que a prestar un servicio eficiente y digno como el que se merecen el más de medio millón de usuarios que "tienen" que transportarse diaria e irremediablemente hacia sus trabajos y residencias en estos satanizados vehículos. Esta es la génesis u origen de la circulación de los "diablos rojos" en Panamá.
Hay otros elementos que hacen el problema más complejo, como el llamado sistema de cuenta o el alquiler del vehículo, lo que es a todas luces ilegal, pues se trata de una simulación laboral, cuando lo que debe prevalecer es el Código de Trabajo, porque los conductores de buses son trabajadores del "auto transporte", como los denomina dicho código, por ende, no existe tal contrato de cuenta o de alquiler o como se le quiera llamar, sino una relación laboral.
Siempre he dicho que esto representa el 50% del problema del transporte colectivo, pues al regirse por la ley laboral y eliminar el sistema de cuenta, ya no tendrían sentido las "regatas" y terminaría la vil y despiadada explotación de los conductores o "palancas".
Mientras se implanten las disposiciones que resuelvan el problema del transporte colectivo, tenemos que aplicar otras medidas que eliminen, paulatinamente, a los "diablos rojos", sustituyéndolos por buses modernos. La fórmula tiene que consistir en una prohibición expresa de su circulación por algunas rutas vitales, tal como la Calle 50, para empezar. Los que vivimos cerca de esta importante arteria podemos dar fe del despliegue de ruidos estridentes que estas máquinas diabólicas hacen a cualquier hora con sus motores, pitos, frenos y troneras, alterando la tranquilidad que debería prevalecer a lo largo de esa vía. En la noche cuando los residentes intentamos dormir, los conductores de estos vehículos hacen sonar sus pitos endemoniados que parecen de barcos o de trenes, lo que nos impide el descanso.
La contaminación por ruido es tan grave como la del aire que se respira en Calle 50, por los gases que expiden estos buses. También somos testigos de las constantes carreras que hacen a todas horas, especialmente, en la noche. Cuando están en esas "regatas" hacen mayor gala de los pitos y troneras, como para llamar la atención de transeúntes y residentes del área. ¿Y las autoridades del Tránsito?, pues pareciera que están en "peligro de extinción".
La seguridad y la salud de los ciudadanos constituyen argumentos suficientemente sólidos como fundamento de cualquiera medida tendiente a prohibir la circulación de los "diablos rojos" por determinadas vías de la ciudad capital.
Se impone, en consecuencia, la eliminación de los "diablos rojos" (y de cualquier color) de una forma paulatina y progresiva hasta su total eliminación en nuestro país. No tengo la menor duda de que es el querer y clamor de toda la ciudadanía.