DESCUIDO

Los errores del arcángel

Asistí a la pasada Feria de Libro con total certeza de saber que no saldría de ella sin antes comprar una copia de Rex Angelorum, de Eduardo Verdurmen. No fue totalmente por decisión propia; las presentaciones, entrevistas televisadas y rumores de la próxima película homónima habían decidido adquirir la novela por mí.

De esta forma, con el juicio parcialmente anestesiado, caminé directamente a un local que vendía el libro, y al momento de pagar los 26 dólares tuve mi primera duda. Mi naturaleza escéptica me obligaba a considerar que tal vez había caído en la trampa de las películas, libros y discos mediocres que suelen anidar en el epicentro del furor mediático. Mis presentimientos encontraron fundamento en los agradecimientos, en la primera página de la novela, pero no de la forma en que lo había imaginado: el peor golpe es el que acierta por la dirección menos esperada.

Afortunadamente, Rex detalla una historia original y entretenida, que mezcla elementos históricos, religiosos, folclóricos y ficticios en una secuencia lineal con desenlace predecible que no resulta pretenciosa ni exagerada.

Tristemente, los golpes, inesperados y devastadores, aparecen intermitentemente (y en ocasiones no tan espaciados) para interrumpir la lectura por medio de errores ortográficos y gramaticales tan básicos que resultan imposibles de justificar.

No entiendo qué tipo de revisión realizó la empresa que editó y publicó este texto. El agradecimiento delautor por la “corrección” del estilo de la obra en la primera página prueba que la corrección fue, cuando menos, apresurada. Los nueve errores de la página 42 constituyen por sí solos razón suficiente para retirar esta primera edición de las librerías y formalizar una disculpa pública acorde al fragor publicitario que ha acompañado a la novela hasta este momento.

Resulta inconcebible aceptar que un libro, cobrado igual o más caro que las novelas de José Saramago, Carlos Ruiz Zafón y Laura Restrepo, contenga los siguientes errores: “hubicando”, “cabesa”, “estupefactada” y “campecino”.

No creo que sea necesario criticar sin sentido, tampoco considero sano celebrar inmerecidamente. Las verdades, especialmente cuando son tan evidentes, conviene decirlas en alto aunque resulte incómodo.

La palabra escrita es importante, poderosa, duradera. Los escritores, periodistas, editores y comunicadores tienen la obligación de cuidar el idioma y ejercer su profesión responsablemente. Nosotros, los lectores, debemos exigir productos literarios que reflejen este profesionalismo.


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