La política, o es un ejercicio ético o no es política, sino bandolerismo. Ya lo escribió Aristóteles en el siglo IV antes de Cristo y parece que el tiempo, en lugar de afianzar este concepto básico, ha deteriorado la esencia del manejo de lo público.
Si combinamos este principio con el de la ejemplaridad de los líderes, concluiremos que el líder político debe ser ejemplar en su desempeño ético para que así la sociedad o el grupo al que encabeza tenga un modelo que seguir.
Pues, bien… les doy una mala noticia: estamos en problemas éticos con nuestro Presidente y con su equipo (¿banda?) de trabajo. Lo ha dicho el jefe supremo: María del Pilar Hurtado se queda en Panamá. Lo ha dicho el humillado vicepresidente: María del Pilar Hurtado no se mueve del “paisito”. Lo ha adelantado el vicecanciller Álvaro Alemán: aunque Colombia solicite la extradición de la que fue jefa del espionaje sucio e ilegal de Álvaro Uribe, no es probable que Panamá revise su estatus de refugiada.
No parece muy difícil concluir que es contrario a la ética política mantener a María del Pilar Hurtado como refugiada en Panamá (cuando la justicia de su país la busca por delitos que pueden ser de un carácter especialmente delicados). Claro que no se trata de que Martinelli y compañía sean especialmente antiéticos, es que parece que es una vieja tradición de los gobernantes “democráticos” panameños.
El difunto Endara acogió al guatemalteco Jorge Serrano Elías (solicitado en extradición por su país y comentarista semanal del programa radial de Mayín Correa); Pérez Balladares acogió con los brazos abiertos al violador de derechos humanos y golpista haitiano Raoul Cedrás; casi todos los gobiernos han dado asilo político al ecuatoriano Abdalá Bucaram (la cuarta vez que lo logró con el gobierno de Martín Torrijos); Mireya Moscoso prefirió indultar y dar así la libertad al terrorista internacional Luis Posada Carriles; y dos semanas antes de dejar el poder Martín Torrijos, con la firma de Samuel Lewis Navarro como canciller, firmó un decreto que hacía permanente los asilos políticos de Cedrás, Bucaram y Serrano, y eliminaba la potestad del Ejecutivo de eliminar tal beneficio.
Así que Martinelli solo perfecciona el comportamiento antiético. La diferencia es que el actual presidente denunció en campaña esas actitudes “politiqueras” en sus antecesores, y prometió “el cambio” radical en la política panameña. No ha ocurrido. María del Pilar Hurtado es protegida de la justicia de su país en Panamá por la amistad (y algo más) de Martinelli con el ex presidente colombiano Álvaro Uribe, del que no descartemos que se instale un tiempito en Panamá, ya que parece que su sucesor tiene ganas también de echarle la justicia encima más pronto que tarde.
La ética también tiene que ver con cumplir lo que se dice, y Martinelli no ha cumplido. Claro que eso no es extraño. Ya ha anunciado dos veces cambios sustanciales en el Gobierno (al año de su administración y hace un mes), y no ocurre nada excepto pequeños ajustes “cosméticos”; también prometió un sistema de consultas populares sobre las principales medidas a adoptar por el Gobierno y se olvidó en el camino; también prometió no meter las manos, y con las millonarias y dudosas licitaciones cuasi directas, hay serias dudas de que no se hayan metido hasta el fondo…
Aristóteles aseguraba, además, que las cinco virtudes que permitían al alma alcanzar la verdad eran el arte, la ciencia, la prudencia, la intuición y la sabiduría. El arte es un asunto desconocido por el Presidente y su equipo, y el Inac languidece más aún que con las anteriores administraciones (algo que parecía imposible); la ciencia no se conjuga ni en los planes de inversiones oficiales ni en el vocabulario de la muy poco científica ministra de Educación; la prudencia no tiene asiento en el Palacio de Las Garzas, acostumbrado a meter la pata y rectificar después; algo de intuición política sí que tiene Ricardo, pero para sacar ventaja de su posición dominante y fagocitar a los otros partidos políticos…; sobre la sabiduría, mejor ni hacer el diagnóstico.
La ética política es buscar la felicidad de los ciudadanos gobernados. En este caso, la felicidad es de algunos ungidos (y de algunos asilados políticos). El resto solo trata de ser considerado como ciudadano.
