MALOS EJEMPLOS

La falacia y la política

En lógica se llama falacia tu quoque (tú también) al tipo de argumento que señala que una determinada práctica, en principio cuestionable, es admisible porque otros la realizan o han realizado. Por ejemplo, cuando el padre fumador descubre que su hijo adolescente fuma y le reprende por esta acción advirtiéndole que es perjudicial, el joven responde: “tú también fumas”.

La idea es que como el padre fuma, él está igualmente autorizado a hacerlo. El joven no ha refutado la advertencia del padre: fumar es nocivo para la salud, la cual, como es obvio, no depende –en absoluto– del hecho de que el padre sea un fumador. La manera en que el adolescente argumenta es, a todas luces, inválida y, por ello, inaceptable lógicamente.

Nuestros políticos del patio se han convertido en verdaderos maestros del tu quoque. Las últimas movidas en materia de alianzas así lo muestran. Para nuestros políticos es absolutamente normal que dos candidatos que recurren al insulto o a la descalificación mutua, de la noche a la mañana aparezcan como los más leales amigos hablando de proyectos de gobierno en común, a pesar de que –moralmente hablando– tal proceder es cuestionable. Digo “moralmente”, porque desde el punto de vista de la política electorera partidista se entiende y no hay nada extraordinario en tales movidas, las cuales están determinadas por la posibilidad de acceder al poder y de usufructuar sus beneficios (no vengan a decir los candidatos actuales que su actuar está inspirado por Gandhi, Mandela o la madre Teresa). Por supuesto, si nuestros candidatos piensan que la finalidad primaria de la política es hacerse con el poder, ¡enhorabuena! No más explicaciones que pedir y menos explicaciones que ofrecer.

Hasta ahora, la estridente respuesta de los candidatos y de las rémoras que les acompañan en sus diligencias es restregarle al electorado la idea de que se trata de un proceder propio del quehacer político, recordándonos –como si lo hubiéramos olvidado– lo que otros ya han hecho, por ejemplo la unión de Balbina Herrera y Juan Carlos Navarro, la alianza entre la Democracia Cristiana (hoy Partido Popular) y el PRD, etc. Como si estos hechos fuesen condiciones necesarias y suficientes para la justificación moral de proceder alguno. La idea es simple: “si otros lo han hecho, nosotros podemos hacerlo”. Y en efecto, pueden… Sin embargo, la cuestión medular aquí nada tiene que ver con posibilidad, sino con la idea de deber, que es mucho más restringida y que a la postre permite entrever la estatura moral de los individuos, incluidos los políticos. De la misma manera en que no hay forma de reivindicar la forma en que razonaba nuestro adolescente en el ejemplo anterior, nada puede reivindicar la manera de argumentar de los candidatos y sus seguidores inmediatos; así que la demanda de explicaciones morales aceptables de la unión de candidatos mutuamente descalificados sigue en pie.

Si la política fuese una cuestión de mera posibilidad, entonces dejémosela a la lógica probabilística y punto; pero es que incluso en ese escenario, dado la dimensión social de la política, se impone la necesidad de dar explicaciones. Tal vez un “nos unimos porque unidos somos más fuertes y queremos ganar las elecciones” bastaría, sin la pretensión de que ello justifique moralmente nada, y así se evita de raíz el cínico discurso de los programas o propuestas inexistentes (de hecho, aun cuando existan, ¿serán realizados?).

Lo anterior es así ya que, para bien o para mal, la práctica política es mucho más: no es cuestión de porcentajes ni de encuestas, no se inicia ni finaliza en los partidos y además de hechos sociales, se remite a valores. Pese a todo el esfuerzo de algunos por relegarla del ámbito moral (el fin de la política es el poder), la política inevitablemente está sometida a ciertas precondiciones de tipo axiológico–moral sin las que no es posible. Es impensable la política al margen de valores o principios, como por ejemplo la paz y la seguridad, el apego a la ley, el bien general, etc. Se trata de valores o principios que trascienden la realidad contingente de los partidos políticos y el actuar oportunista de sus líderes.

Ya que la política es un quehacer racional, sustentada –además– en principios morales, es de esperar que los candidatos se manejen y respondan racionalmente a las dudas y cuestionamientos que surgen en los ciudadanos, y que manifiesten o expresen en sus respuestas los principios morales que orientan su actuar (ayer, hoy y mañana); esto significa, por supuesto, un compromiso con argumentos correctos, válidos, que no manipulen deliberadamente al elector, así como transparencia o solvencia moral. Hasta ahora señores candidatos, ninguno de ustedes ha mostrado capacidad de razonamiento y, menos aún, la estatura moral suficiente como para merecer el voto de los electores.


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