El federalismo en Panamá

El federalismo en Panamá
Todos los derechos reservados/Ricardo López Arias

Durante todo el siglo XIX, hasta la separación de Panamá de Colombia, el federalismo tuvo un fuerte arraigo entre los panameños. Fue la propuesta político administrativa por excelencia no solo de los liberales, que contaban con un indiscutible peso entre los sectores populares, sino también de las clases comerciales vinculadas al negocio transitista, algunos de cuyos sectores tenían filiación conservadora. Lamentablemente, con posterioridad al 3 de noviembre, la historiografía ha identificado erróneamente federalismo y separatismo.

No hay duda de que el mejor exponente del federalismo panameño, y colombiano, fue Justo Arosemena. Su libro El Estado Federal de Panamá constituye el mejor alegato en favor de la doctrina federalista y, sin embargo, también él ha sido malinterpretado por lecturas superficiales que pretenden ver allí la justificación para los acontecimientos de 1903.

Este error nace de no comprender las circunstancias de la geopolítica internacional de mediados del siglo XIX, en especial en el Caribe amenazado por el expansionismo inglés y norteamericano, reduciéndola a un conflicto entre Panamá y Bogotá. Influye también la equívoca identificación entre los particularismos regionales, base del planteamiento federalista de Arosemena, con una propuesta independentista que no solo no existe en este libro, sino que taxativamente es rechazada allí.

Dice Arosemena: “Cuando he manifestado la superioridad del gobierno en las pequeñas nacionalidades,…, no pretendo probar que convenga decididamente ha formar esos pequeños estados independientes, más bien que conservarlos grandes, en que están refundidos sus pueblos. La moral internacional no ha hecho suficientes progresos en el mundo civilizado, y las naciones débiles no logran siempre hacer respetar sus derechos. Parece que hubiera dos justicias, una para los iguales y otra para los inferiores. Mientras no haya una sola para todos los individuos y para todas las entidades políticas…, nada más prudente y aún necesario que buscar en la fuerza física el complemento del derecho… Busquemos pues... por medio de asociaciones de pueblos, los medios de acercarnos en lo posible al grado de fuerza que admiramos y tenemos en las grandes naciones, pero dejando a los asociados su gobierno propio…”.

El contexto de esta idea es la amenazadora presencia de los intereses comerciales de Inglaterra y Estados Unidos. No olvidemos que los ingleses constituyen la principal potencia mundial en aquel momento, y ya ha puesto su pie en el Caribe a partir de Jamaica, tomando Belice, la costa caribeña de Nicaragua, y posee importantes intereses en Panamá. Los norteamericanos construyen el ferrocarril, y ya tienen una importante presencia en el istmo. Frente a esta amenaza tangible, que acariciaba la posibilidad de apropiarse del istmo por la fuerza para ponerlo bajo su control con apoyo de algunos comerciantes panameños (hanseatismo), es que Arosemena defiende la idea federal. Panamá sola no podría contener dichas potencias, solo la unidad con Colombia daría la fuerza para hacerlo.

Arosemena, después de citar el Código Penal de 1854, para sustentar que no es delito si una parte de la república, decide independizarse, dice claramente: “Es esto más de lo que el Istmo apetece... mucho más cuando sólo quiere tener un gobierno propio para sus asuntos especiales, sin romper los vínculos de la nacionalidad”. Fíjese que Arosemena asocia la palabra “nacionalidad” con la unidad a Colombia, además de descartar sin lugar la independencia.

Y agrega: “En la federación rigurosa hay un pacto de pueblos soberanos que sacrifican parte de esa soberanía en obsequio de la fuerza y de la respetabilidad nacional…”. La soberanía descansa en los pueblos, los municipios, pero la nacionalidad la da la asociación. Y propone cuatro aspectos de la soberanía que deben declinarse en favor de la administración central: relaciones internacionales, la hacienda, la fuerza pública y “todo lo relativo al ferrocarril de Panamᔠ(y también el Canal), principal fuente de ingresos del Estado colombiano.

En qué consisten los derechos del gobierno propio que exige el Estado federado de Panamá: en la descentralización de decisiones administrativas y burocráticas que el comercio mundial que pasaba por aquí requerían para su agilidad. Que un sello o un trámite cualquiera no podía depender de una aprobación en Bogotá. Resolver esto evitaría que ingleses y norteamericanos se apoderaran de Panamá, excusándose en una afectación de sus intereses. Tal era la preocupación real de Justo Arosemena.

Estos afanes federalistas de Arosemena y los liberales fueron dando su fruto. La Constitución de 1853, que Arosemena calificó como la que había ido más lejos en cuanto a libertad y democracia en toda Hispanoamérica, cedió algo del poder central a los gobernadores. La publicación de El Estado Federal de Panamá (1855) convenció a la clase política colombiana de otorgar este status al istmo mediante un acto constitucional especial, el cual sirvió de modelo para hacerlo extensivo a toda la Confederación Granadina en la Constitución de 1858. Finalmente, la victoria del liberal Mosquera permitió su consagración en la Constitución de Ríonegro de 1863, de la que Arosemena fue corredactor, y que estuvo vigente hasta 1885.

Alegar hoy que las ideas de Arosemena y el federalismo constituyen evidencia de que Panamá era una nación diferenciada del resto de Colombia en el siglo XIX, no solo es un falseamiento de los hechos, sino un absurdo. Por ejemplo, Brasil es un estado federal, tan enorme como un continente, en el que hay diferencias regionales entre los habitantes de Manaos, Bahía, Río de Janeiro o Porto Alegre: ¿es una nación o múltiples naciones? Otro tanto se podría decir de México, otro estado federal.

Viniendo al Panamá moderno, ¿los chiricanos federalistas son la simiente de una nación distinta? La respuesta es obvia: no. Me pregunta don Roger Patiño: ¿Sabías que, en relación con la población total del país, la ciudad de Panamá concentra la mayor densidad de población del mundo? No lo sabía. Y me explica todo el daño que el transitismo centralista está haciendo a nuestro interior, tanto económica, como política y culturalmente. He ahí un problema que la generación actual debe resolver, y cuya respuesta se encontrará en las fuentes históricas del federalismo. Por extensión, es el dilema de una Hispanoamérica dividida y debilitada ante la voracidad imperialista norteamericana.

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