He leído en los periódicos del fin de semana que entre las denuncias que hizo el arzobispo hubo varias dirigidas a los medios de comunicación. Entre ellas, una que hace referencia a un hecho que siempre he encontrado abominable no solo por amoral, sino también por ser puramente clasista: la publicación de fotos de personas fallecidas a consecuencia de un accidente o mutilación.
La publicación de fotos de cadáveres desfigurados es una afrenta a la dignidad básica del ser humano, porque deshonra no solo el cuerpo del fallecido, sino también la memoria y la intimidad que guardan sus deudos. La publicación de dichas fotos no tiene excusa alguna y constituye un vestigio clasista por excelencia: poquísimas veces, para no decir jamás, ha salido la foto de una persona perteneciente a la clase alta. Al medio periodístico que niegue el clasismo que sangran tales fotos, lo reto a contratar a un tercer experto en estadísticas para que configure un cuadro objetivo del argumento. Estoy seguro de que más del 99% de las fotos publicadas son de personas que pertenecieron a grupos sociales que no se pueden catalogar ni de clase media alta ni de clase alta.
Discrepo de la opinión de aquellas personas que dicen que la Iglesia no hace denuncias sociales frecuentemente. Un distintivo de honor de la Iglesia católica panameña es haber sabido acoger la opción preferencial por los pobres, sin por ello tomar posición radical ni partisana. Esa opción por los pobres, por no ser exclusiva, quizá derive algún día en el primer dogma de fe enunciado en América Latina: el pobre es el octavo sacramento. Invito a toda persona, feligrés católico o no, a que lea las recientes cartas pastorales a obispos y vean en ellas una verbalización del malestar que estamos sintiendo todos los panameños. De haber una revolución social en Panamá, las cartas pastorales podrían ser examinadas como crónicas de una contusión social anunciada. Soy hijo de cubanos, inmigrantes a mi suelo patrio, y dicha filiación siempre me ha dado la perspectiva de que el estado actual de nuestra sociedad no es sempiterno.
Retomando el hilo de mi argumento principal, las únicas razones de atreverse a levantarlas que pudiesen argüir los medios periodísticos para publicar las fotos son económicas: si nosotros no las publicamos, otros lo harán y ganarán más que nosotros. Los medios periodísticos esgrimirán dichas razones sin darse cuenta de que ellos mismos son cómplices de que una foto cruel venda más ejemplares. Ello solo es así, porque un pueblo cuyos dirigentes económicos y políticos rehúsen edificar, seguirá pidiendo circo. Dichas razones tendrían espacio para esgrimirse solo en una sociedad plutocéntrica, pero no en una sociedad que se dice gira alrededor del ser humano.
Le pido encarecidamente al señor arzobispo que llame a una reunión a los dueños de medios de comunicación y los inste a concertar un compromiso de no publicar fotos despiadadas. De esa manera, las razones económicas dejarían de tener peso específico, puesto que no habría otro medio escrito que enfatice el clasismo en el mismo grado que se acentuaba el racismo en décadas pasadas. Razón tenían los marxistas cuando predijeron que el capitalismo aceptaría derribar toda discriminación racista y sexista, pero no la clasista. Vamos a probarles a los marxistas que los que nos llamamos demócratas somos más dialécticos que ellos, puesto que sabemos absorber sus atinadas críticas.
