El tomate, lycopersium esculentum, pertenece a la misma familia que la papa y el tabaco. Su predecesor, el S. pimpinellifolium, nativo del Perú, brotaba de un racimo largo de pequeñas bayas rojas, que se partían sobre la mata. Al igual que el ají o pimentón, paulatinamente emigró hacia México; fue el imperio Azteca el que le diera el nombre por el que lo conocemos hoy en día, tomatl, que en su lengua significaba fruta carnosa.
En México aún se le llama jitomate, palabra que corresponde directamente al xitomatl azteca. Rodolfo Grewe, en La llegada del tomate a España e Italia (1988), logra trazar el salto del nuevo al viejo mundo. Relata que el tomate llegó a Sevilla, que a principios del siglo XVI era un centro de comercio con Italia y los Países Bajos. Ya durante el reino de Carlos V de Austria y I de España, rey también de Nápoli, tras haber Cortez conquistado México, un tal Mattiolli, herbolario italiano, hace referencia (1544) a lo que debió ser tomate amarillo mala áurea o manzana dorada y por tanto pomodoro y posteriormente a la variedad roja.
