A pesar de que en aquellos tiempos un violín se podía conseguir por unos 50 centavos, don Peregrino Cárdenas no estaba dispuesto a comprarle uno de estos instrumentos al hijo que fantaseaba con ser músico.
Aquí nadie tendrá un violín, decía don Peregrino, mientras fruncía el ceño y su voz sonora se esparcía por la modesta casa de los Cárdenas Gutiérrez, ubicada en la población de Aguabuena, en la provincia de Los Santos.
Sin embargo, aquellas duras palabras nunca acabaron con el deseo del pequeño Daniel Dorindo Cárdenas Gutiérrez, de que sus dedos se deslizaran por la suave superficie de las cuerdas sonoras de un violín.
Inquieto, ingenioso y travieso, con apenas siete años de edad, Dorindo ideó apropiarse de unos huevos de gallina que su madre guardaba celosamente, para poder hacer un trueque e intercambiarlos por el ansiado instrumento.
En esa odisea arrastró a uno de sus hermanos, quien, ni corto ni perezoso, colaboró en la arriesgada misión, pues de antemano sabían que el solo hecho de apropiarse de los huevos de gallina les garantizaba unos cuantos correazos.
Terminada la operación, Dorindo y su hermano se refugiaron en un cuarto de su casa, en donde empezaron a extraer finas notas musicales que, sin saberlo, eran escuchadas atentamente por su padre.
En menos de lo que se persigna un ñato, don Peregrino exigió una explicación. Tomamos 10 huevos y los cambiamos por el violín, fue la respuesta lacónica que apenas pudo arrancarle a sus hijos.
Ante el disgusto de su padre, los pequeños tuvieron que devolver el violín y buscar los huevos, con tan mala suerte que de regreso a casa se les cayeron tres, llegando a donde don Peregrino con tan sólo siete huevos. Una vez más, los correazos no se dejaron esperar.
Pasado el incidente, Dorindo confeccionó con sus propias manos un violín de una sola pieza, utilizando para ello cerdas de cola de caballo. Viendo que su hijo persistía en su empeño, don Peregrino no tuvo más remedio que cumplir con su deseo.
Desde niño me enamoré del violín, confesaría años más tarde el músico típico panameño que hoy día es considerado como el maestro de maestros.
Y fue así que, violín en mano, a los 12 años Dorindo empieza a amenizar los bailes populares, actos culturales en las escuelas, y cuanto bautizo se presentara por esos lares.
A los 20 años de edad, con una vasta experiencia en las lides del violín, el músico empieza a tocar el acordeón, instrumento con el cual se siente cómodo, pues ya conocía y dominaba el arte del solfeo.
Su primer baile típico con acordeón lo realizó el 25 de julio de un año que no recuerda, en un local ubicado en Los Anastacios de Dolega, en la provincia de Chiriquí, en donde, gracias a Dios, el público le brindó todo el apoyo que necesitaba el naciente conjunto Orgullo Santeño.
Esa primera vez lo acompañó, aunque de manera informal, la voz armónica y melodiosa de la morenita de Purio, Eneida Cedeño, quien ese día también tenía compromisos con Gelo Córdoba, otro extraordinario músico que con su arte contribuyó a dar las primeras pinceladas de la música típica panameña.
Desde hace unos años, Benita Castro es la cantante del Orgullo Santeño, pues Eneida Cedeño se retiró para atender el hogar que previamente había formado con Dorindo.
Hoy día el poste de macano negro, como también se le conoce al acordeonista, comparte el escenario con su hijo Adonis, quien continúa con la tradición de jalar el acordeón para deleite de los amantes de la música típica.
Como los bailes de Dorindo siempre han sido populares, no ha faltado alguna dama hermosa que haya llamado la atención del maestro, quien se dice admirador de las mujeres bonitas.
El acordeonista comenta que en la década del 60 fue cuando comenzó a cantar, labor que compartía con el siempre bien recordado Rufino García, quien ya tenía experiencias de este tipo con el conjunto de Leonidas Cajar.
Dorindo es un gran músico, de eso no hay duda, pero al momento de bailar dice que no lo es tanto. Ya ni bailo, y cuando lo hacía bailaba muy poco. Ahora me parece que si lo hago es para que se rían de mí, comenta mientras ahoga una sonrisa.
Lo poco que ha bailado, manifiesta, ha sido con la música de Alfredo Escudero y Osvaldo Ayala, ya que con esa gente se puede agarrar el gusto al bailar.
Y si de música hablamos, a Dorindo háblenle de cualquier género de música, sobre todo de la música de Julio Jaramillo, Olimpo Cárdenas y Daniel Santos, pero menos de reggae. El reggae no me gusta. No le veo ni siento, afirma sin titubear. De igual manera, revela que ya no toma aguardiente. La última juma se la pegó hace nueve años.
Respecto a la fortuna que muchos le atribuyen, señala que en realidad no ha sido muy cuidadoso de sus inversiones. Tengo lo suficiente para la educación de mis hijos, y aunque no soy un gran ganadero, algo de ganado tengo, detalla el más grande músico típico panameño. En cuanto a su retiro, ni lo piensen, pues hay Dorindo para rato.
