La función pública no es ni tiene que ser sinónimo de ineficiencia. El interés disperso y a menudo inconcreto, producto de la maraña de leyes, reglamentos, decretos y acuerdos, hace que administración pública y el Estado en su conjunto como ente rector de la sociedad, actúe de forma reactiva a intervalos; a empujones o que del todo no funcione.
Contrario a lo expresado en líneas anteriores, sucede con la administración de la empresa privada, aquí la administración es pro-activa, existe un interés concreto, actual y permanente de que todo camine bien, que el empleado o trabajador privado produzca, sea eficiente, ya que su labor es evaluada por los resultados.
La vida de un país está determinada por esos dos elementos, los dos motores, el de la actividad privada y el de la actividad pública. Lo ideal es que ambos funcionen de manera coordinada y sincronizada; caso contrario la distorsión se hace evidente y afecta a todas las esferas del quehacer nacional y, por ende, a todos los ciudadanos.
Generalmente la pauta en rendimiento la dicta la empresa privada, es el buey que jala la carreta, el lerdo es el Estado, éste entorpece y dificulta la labor del otro y en la mayoría de los casos ni siquiera la realiza dentro de los parámetros de agilidad, eficiencia y tiempo, al menos de manera aceptable.
Las directrices emanadas de los altos mandos gubernamentales deben ser más claras, los planes nacionales de trabajo y desarrollo se deben reflejar en toda la organización estatal y no pueden ser puro discurso, ni letra muerta en fríos tomos. Si se cumplen a cabalidad los presupuestos enumerados, los funcionarios públicos en cualquier país del mundo rendirían a cabalidad dentro de los estándares de la disciplina y de la productividad que impera en el sector privado. Los países desarrollados, generalmente cuentan con aparatos administrativos disciplinados, ágiles y con herramientas de punta apoyando su gestión, cuentan con salarios elevados y un servicio civil organizado que va en provecho del empleado y del administrado.
Para apuntalar la acción de la empresa privada, en nuestros países en vías de desarrollo se torna necesario agilizar la labor del Estado, que la función pública sea tan buena o mejor que la privada y eso se logra modernizando la legislación, achicando el tamaño de la maquinaria estatal, llevando a cabo verdaderas reformas y exigiendo mayor responsabilidad y productividad al funcionario público.
El ser burócrata no es un estigma, no es ninguna deshonra ni mucho menos una vergüenza. Abundan los estereotipos, aun así, se puede ser eficiente en el sector público a pesar de lo exiguo de los salarios y los casi ausentes incentivos. También debemos tener conciencia de que, aparte de los niveles de carencia relativa y bajos presupuestos en que nos manejamos en los países en desarrollo, requerimos de una reorganización estructural urgente que le saque provecho a una burocracia experimentada y bastante educada, sacarle provecho a un recurso humano capaz y suficientemente predispuesto para realizar una tarea proactiva y productiva.
