La educación es el conjunto de acciones encaminadas para la preparación de todo ser humano en su vida futura, a través de la adquisición de habilidades y capacidades intelectuales, emocionales y morales, con el fin de mantener la convivencia social y las expresiones culturales, así como innovar y modificar el entorno para la supervivencia del individuo y la especie. Es un proceso continuo de aprendizaje de costumbres y conocimientos, de adaptaciones cambiantes del medio sociocultural y cuyo resultado es la armonía social.
La etapa de la primera infancia es el momento crítico en el que el estímulo y la impronta de las cualidades neurocognitivas fundamentales preparan a ese futuro adulto a una vida productiva y provechosa para sí mismo y para la sociedad en general.
Hoy día se hace énfasis en la educación del niño preescolar, de 1 a 5 años, como arma fundamental para una sociedad de bienestar que debe comenzar con el desarrollo pleno y armonioso de las capacidades individuales en los primeros años de vida. No hay ni habrá sociedad de bienestar que reemplace al caduco estado de bienestar, si no se cultiva moral, emocional e intelectualmente al niño.
No obstante, existe la tendencia a tomar la educación formal preescolar solo como una preparación académica más dentro del currículum general de estudios de las instituciones educativas, con el fin de que no haya problemas de índole académico en primaria y secundaria. Sin embargo, como lo revelan muchos estudios en psicología infantil, la “alfabetización emocional” es una herramienta fundamental para el pleno desarrollo del potencial del niño, y como prevención primaria contra los desórdenes de personalidad y los trastornos de conducta graves.
Los docentes y los padres de familia deben actualizarse, constantemente, en la detección temprana de problemas como déficit de atención, epilepsia, retardo mental o motor, entre otras patologías, que aparecen a estas edades. El infante en el período preescolar debe aprender no solo la alfabetización académica en áreas como lenguaje y aritmética, sino a socializar correctamente de manera que, desde temprano, tenga un repertorio de conductas, actitudes y reacciones afectivas volcadas hacia el uso de sus habilidades para beneficio del ámbito comunitario en el cual se desenvuelve.
Formar una fila, esperar su turno para hablar, estar al tanto de la limpieza de su área de trabajo, tolerar la expresión de sus semejantes y resolver conflictos, con una actitud dialogante y asertiva, constituyen habilidades emocionales y sociales comprendidas en la llamada “alfabetización emocional” y la “inteligencia emocional”. Ellas permiten que un individuo incida positivamente en su medio, expresando adecuadamente sus necesidades y desacuerdos; es la base de una ciudadanía con competencias para desarrollar la vida en democracia y promover iniciativas innovadoras para el cambio mediante un liderazgo positivo.
En nuestro país hay muchos profesionales del área de atención de niños, en sus diversas modalidades, que no están encontrando un ambiente adecuado para su óptimo desempeño. Sin embargo, la vocación que demuestran hace que la situación no sea peor. La prevención de la violencia comienza en la familia y en la escuela preescolar, por lo que deben reforzarse las redes de parvularios para niños de diferentes niveles de desarrollo intelectual y motor, facilitando así la labor de padres y madres al crear una sociedad más productiva y sana. En eso es en lo que deben estar las autoridades locales, por medio de alianzas con organizaciones privadas para promover la estimulación académica y emocional temprana. No obstante, parece que es más importante organizar tarimas, desfiles y poner baldosas en cualquier rincón de municipios y corregimientos, para cortar la cinta y estimular el ego político.
Las noticias solo reflejan, en una escala cada vez más amplia, la sensación de que existen cada vez más emociones fuera de control en nuestro medio social; esto en gran parte promovido por las instituciones políticas llamadas a vigilar por un orden armónico en la sociedad. La ineptitud académica se une a la ineptitud emocional en nuestras familias, estudiantes y comunidades. No hay cultura de diálogo.
Dice Daniel Goleman que “el lugar de los sentimientos en la vida mental ha quedado, sorprendentemente, descuidado por la investigación a lo largo de los años”. Un elevado cociente intelectual no es suficiente para triunfar en la vida; de allí la importancia de desarrollar la inteligencia emocional a tempranas edades, para esperar una ciudadanía apta para la convivencia y el progreso, en el mediano y largo plazo.
