Los acontecimientos internacionales han acaparado todas las atenciones. Esencialmente por los mensajes políticos y morales difundidos. En materia electoral ha quedado en evidencia que los votos de castigo son inexorables. En cuanto a la cuestión política una regla de oro indica que nada fundado en el engaño perdura y que no existe antagonismo que no encuentre el camino de la armonía. Lo ocurrido en Estados Unidos y en Nicaragua constituye la consagración de esa regla de oro.
La derrota de Bush responde a un largo proceso de concienciación del pueblo de Estados Unidos. Bush supo inocular el miedo en el tejido social del norteamericano y por un tiempo se erigió en la personificación de la seguridad. Pero edificó sobre bases falsas y su prestigio se derrumbó al comprobarse el desatino de la guerra de Irak. Lo mismo le ocurrió a Aznar en España, sobre todo porque el pueblo español sentía que aquella guerra no era su guerra y que lo que sí era suyo era el peligro de la venganza árabe.
Al explotar los aparatos infernales en la estación ferroviaria de Atocha provocando estúpidamente centenares de muertos, el pueblo decretó el cambio y el cese de una participación en una guerra sucia fundada en el engaño.
El otro líder de la tragedia iraquí, Mr. Blair, sintió el ablandamiento creciente de su prestigio hasta el instante en que anunció el harakiri de su carrera política.
Ahora le ha tocado el turno al presidente Bush. La guerra de Irak, tan contraria al derecho internacional y con todas sus terribles y cotidianas imágenes, ocasionó la derrota electoral al partido de Bush, el Republicano. Ha perdido el control de la Cámara de Diputados, no controla la mayoría de las gobernaciones y seguramente el Senado quedaría neutralizado o en manos demócratas.
Es que Irak pesa mucho en la conciencia del norteamericano. Los casi tres 3 mil soldados estadounidenses muertos; los 600 mil civiles de Irak asesinados; los miles de millones de dólares despilfarrados en armas y en bombardeos y el creciente repudio mundial a la política guerrerista de Bush hizo en su conjunto que el pueblo civil tomara distancia de su gobierno.
Se tiene ahora una nueva imagen y tal vez una nueva esperanza. Existen algunas novedades singulares. Por primera vez una mujer, la demócrata Nancy Pelosi, dirigirá la Cámara de Representantes. De su desempeño dependerán otras aperturas políticas en beneficio de la mujer de Estados Unidos. Aparentemente lo apuntado es un detalle de escasa trascendencia, pero atendiendo la histórica tradición política de ese pueblo lo ocurrido revela una mentalidad progresista de cambio.
Es de buen augurio que la oposición pase a controlar el Órgano Legislativo. Para algunos teóricos se tiene como malsano que la mayoría del Congreso responda a los intereses del partido en el poder. En esos casos se pierde la bondad del sistema democrático que sugiere un balance político con órganos independientes que promuevan una línea de pesos y contrapesos. Se ha dicho que los legislativos cuando son dominados por los partidos de gobierno son dados a la ineficacia y a la corrupción. Precisamente, a más de la guerra de Irak y la política de miedo auspiciada por Bush, la corrupción imperante ha sido otro ingrediente de la derrota del 6 de noviembre.
En lo relativo al proceso electoral en Nicaragua decía que no existe antagonismo que no encuentre el camino de la armonía. En efecto, durante el proceso electoral el gobierno de Bush entró en competencia con el gobierno de Chávez en presiones intervencionistas. Bush combatía la candidatura de Ortega y Chávez la estimulaba. Bush anunciaba la suspensión de ayudas y Chávez ofrecía gasolina barata y abundante. Ambas conductas son censurables, porque la escogencia de los mandatarios es un derecho interno, propio, autónomo, de sus pueblos. Al final, al triunfar el candidato sandinista se han dado dos pronunciamientos. El de Ortega afirmando que gobernará sin conflictos con Estados Unidos y el Departamento de Estado ha prometido colaborar con el gobierno de Ortega. En una esquina del cuadrilátero Chávez equipara a Sandino con Bolívar e identifica la revolución sandinista con la bolivariana. Me imagino que Ortega sabrá encontrar en la política de Panamá el equilibrio para recibir la bendición de Bush y de Chávez a la vez.
Al margen de todo lo que viene expuesto, en esta semana Panamá por carambola ingresó al Consejo de Seguridad. En su carácter de Estado pequeño su política debe estar fundada en principios y no en intereses. La Carta de las Naciones Unidas fija jurídicamente esos principios. Pero moralmente en la Carta Atlántica suscrita en plena Guerra Mundial el 14 de agosto de 1941 por Roosevelt y Churchill, el delegado panameño, prudente y observador, encontrará la hoja de ruta perfecta para que el Consejo de Seguridad cumpla su destino.
Es del caso reconocer que Bush hizo cuanto pudo, correcta e incorrectamente, para salvar sus mayorías. Llegó al calculado extremo de lograr una sentencia en contra de Hussein en la víspera de las elecciones y de justificarla haciendo un frío elogio de la horca como solución estimulante y considerada por los analistas como de apoyo a los intereses electorales de los republicanos. Pero erró porque confundió el juicioso y elevado papel de un mandatario con el duro oficio del verdugo.
Igualmente Bush olvidó que el voto de castigo, como dije, es inexorable cuando se gobierna fundado en inexactitudes. Ese voto también tiene de positivo que los pueblos se contagian de las decisiones ejemplares de otros pueblos.
