Es una de las frases más famosas del novelista y periodista Gabriel José de la Concordia García Márquez, ganador del premio de la literatura en el año 1984, y que aplica a muchos políticos panameños hoy. La muy pisoteada lealtad política de nuestros diputados ha comprometido la credibilidad en la existencia de verdaderas ideologías políticas en nuestros partidos, que hacen un trabajo arduo e infatigable para mantener lo que conocemos como democracia.
Muchos definen la lealtad política como aquello en lo que uno se ha comprometido, entre situaciones concretas que determinan el verdadero actuar de cada quien. Otros la definen como una gran virtud, es decir, un gran valor que va ligado directamente a la conciencia, pues corresponde a un deber y una obligación hacia aquello en lo que profundamente creemos. Economistas, abogados, matemáticos y políticos han estudiado muy a fondo el tema de la lealtad y sus matrices, pues está vinculada a nuestro medio ambiente, tal como nos lo menciona el filósofo francés Jean Jacques Rousseau, quien confirma por medio de ellas que es más valioso tener el respeto que la admiración de las personas.
En lo personal, considero que hay una gran enseñanza en el tema y para ello nos remitimos a la teoría conocida como prisoner’s dilemma (dilema del prisionero), expuesta por el científico y matemático canadiense Albert W. Tucker, quien presenta la explicación del comportamiento de la lealtad desde una teoría de la actitud. Según esta, el comportamiento de la traición se convierte en el verdadero conflicto de la sociedad; este dilema del prisionero aparenta ser el método empleado por la mayoría de nuestros políticos (diputados y representantes), pues el beneficio de su silencio o las ventajas a recibir pueden favorecer su estadía en un lugar realmenteindeseable.
El fenómeno de transfuguismo político, “deslealtad política”, es visto como una gran traición a los ideales y a un grupo determinado, desvirtuando la formación política, contribuyendo al descrédito de la política y de los políticos; un fenómeno que adultera la voluntad expresada por los ciudadanos en las urnas, una conducta que daña la credibilidad de las instituciones, esto analizado profundamente por esquemas teórico-políticos, como el de Joseph Colomer y Guillermo O’Donnell, que enfocan la figura como un mal resurgir político o una criticada actuación que se origina por motivos de necesidad, promesas inconfesables, motivos ilegales y, sobre todo, por situaciones socialmente inaceptables.
Es de ver cómo Brasil, Colombia, Perú y Chile cuentan con grandes precedentes de acciones tomadas a favor de la conocida “fidelidad a la bancada”, un tema político electoral de gran preponderancia para aquellos gobiernos. Tribunales de justicia de diversos países centroamericanos ya han condenado estas acciones, tomando como referencia que el mandato pertenece a un partido y no al individuo. En nuestro país ya hay personas –entre las que me incluyo– que piden a gritos un pacto de lealtad partidista, pues siete diputados de las (71) curules de la Asamblea Nacional forman parte del bien llamado grupo de desleales e infieles de la política.
