Recientemente La Prensa publicó el artículo “¿Los japoneses somos malos?”, de Tatsuya Kato. Estamos de acuerdo: los japoneses no son malos. Malos no son los japoneses ni los panameños, en general. Pero sí están mal los políticos de cualquier nacionalidad que compran y venden votos en la Comisión Ballenera Internacional o que no toman acciones eficaces en la lucha por la conservación del ambiente.
A diferencia de lo señalado en el artículo, los grupos ambientalistas no se han referido “sólo” a las ballenas, y los diarios nacionales lo atestiguan. Si este tema ha tenido especial atención es a raíz de la posición irresponsable que tomó nuestro gobierno y por el escándalo internacional sobre compra de votos del Gobierno japonés a lo interno de la Comisión.
La anterior afirmación no proviene exclusivamente de ambientalistas bucólicos como arguye el autor. El comisionado japonés alterno ante la Comisión, Maseyuku Komatsu, durante el periodo previo a la reunión del 2001 confirmó a la cadena televisiva australiana ABC, textualmente, que Japón debía emplear “las herramientas de las comunicaciones diplomáticas y las promesas de fondos de ayuda económica a países en desarrollo, a fin de influir sobre los miembros de la Comisión Ballenera Internacional”. En ese mismo año, una noticia publicada por La Prensa señalaba, refiriéndose a las opiniones del ex canciller José Miguel Alemán: “El canciller Alemán recordó que Japón es uno de los mayores cooperadores e inversionistas en Panamá. ‘Y si ellos utilizan este país para tantas cosas, es lógico que reciban el apoyo de Panamá, cuando solicitan un voto, ya que la diplomacia debe ser de dos vías y no solo en beneficio de uno”.
La afirmación de que las ballenas no están en peligro de extinción es falsa. Las 13 especies de ballena que existen están en peligro de extinción y se encuentran dentro del Apéndice I de la Convención Internacional sobre el Tráfico de Especies Amenazadas. Con respecto a la población de ballenas Minke, de las cuales Japón ha solicitado permiso para matar unos 2 mil ejemplares, la Comisión señala que: “El Comité Científico de la CBI advierte sobre las poblaciones de la ballena Minke que: … “se ve incapacitada para proveer estimaciones en la actualidad…”. Se estima que los números son considerablemente menores a los estimados por Japón en 1993”.
Además, el argumento de que los japoneses consumen carne de ballena por cultura es cuestionable. En 1999, la reconocida encuestadora internacional MORI realizó un estudio para el Fondo Internacional Para el Bienestar de los Animales (IFAW, en inglés) y Greenpeace. En ella se observó que el 61% de los japoneses no come, no ha comido desde la infancia o nunca ha comido carne de ballena. Dentro de los defensores de la caza de las ballenas, el 61% estimó que la identidad cultural de Japón no sufriría grandes daños o daño alguno si se pusiera fin a tal práctica.
Equiparar el consumo de carne de ballena con el consumo de vacas o puercos no es posible. La ballena no es un alimento más: es la carne de un animal en peligro de extinción. Ni la vaca ni el puerco lo son. Respetamos, sin embargo, a quienes no los consumen, pues en última instancia son medidas conservacionistas.
También se ha demostrado que el Gobierno japonés no respeta los permisos emitidos por la Comisión. En el 2001, el Fondo Internacional para el Bienestar de los Animales (IFAW) dio a conocer el resultado de exámenes de DNA practicados en muestras de carne tomadas en diversos mercados públicos en Japón. Dentro de las muestras había ballenas jorobadas, ballenas de aleta, una ballena sei y 16 delfines, animales para los cuales el Gobierno japonés no tenía permiso de caza.
La discusión sobre la protección del ambiente no debe ser reducida a binomios epistemológicos simplistas con buenos y malos, pescadores y cetáceos; individuos y animales colocados en extremos opuestos. Hay que exigir la protección integral del ambiente, nacional e internacionalmente, como un todo indivisible.
La autora es abogada y ambientalista