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Juego, set, partido…

Juego, set, partido…
Novak Djokovic. AFP

El deporte también ha sufrido; la pandemia lo ha afectado todo. Durante el primer año de convivencia con esta cosa llamada Covid-19, las ligas deportivas fueron suspendidas, los partidos jugados sin público o los torneos se adaptaron a una metodología que llamaban “de burbuja”, donde los jugadores se concentraban sin poder interactuar con nadie “del exterior”, tratando de evitar que el malvado virus acabara infectándolos y echara todo a perder. Los partidos se jugaban sin público, que se reemplazaba por pantallas donde caras de aficionados vitoreaban “in absentia” a sus estrellas favoritas. Un buen detalle para la distopía que nos absorbió sin piedad alguna.

Después de un año, aparecieron las primeras vacunas, y todo indicaba que la situación comenzaría a mejorar. Pero, pocos días después de aparecer un lejano resplandor al final del túnel, surge una banda de desadaptados llamados antivacunas, que contra toda lógica racional, empiezan a encontrarle peros a lo que parecía ser la solución a la pandemia. Y esa pandilla no podía tampoco escapar del deporte. Así, llevamos rato viendo cómo no faltan estrellas deportivas que optan por no vacunarse, alegando todo tipo de imbecilidades como argumento. Según los psicólogos, no es más que ganas de “ser diferentes”.

Pero esta última semana, el asunto ha hecho crisis, gracias a la situación del tenista número uno del mundo, el serbio Novak Djokovic (apodado ahora Novaxx Yocovid). Desde hace rato, está claro que Djokovic no ha querido declarar su estatus de vacunación, lo que hace suponer que no se ha querido vacunar. A mediados del año pasado, se contagió durante un torneo organizado por él mismo.

Ahora, se acogió a una exención médica para jugar el Abierto de Australia, alegando que había dado positivo en una prueba el 16 de diciembre y estaba dentro del período que no requiere vacunación. Pero, el sancocho se le fue espesando cuando se supo que al día siguiente de ese supuesto positivo, estuvo sin mascarilla en una entrevista y en una sesión fotográfica con jóvenes. Además, de allí viajó a España, sin reportar su positivo, donde pasó las fiestas de fin de año con su familia, lo cual documentó con fotografías en redes sociales. Así, al llegar a Australia, comenzaron a surgir preguntas y las autoridades migratorias le suspendieron la visa. Metió recursos legales y un juez le autorizó entrar al país y entrenar.  El forcejeo legal ha seguido, y después de once días de tira y jala, tres jueces australianos han decidido de manera unánime que se mantenga su visa suspendida y sea deportado, impidiendo que defienda su campeonato.

Pero el caso de Djokovic da casi que para un semestre de sociología, dadas todas sus aristas. Para comenzar, entendamos al personaje. Nole (como le llaman en el circuito) es un atleta de los mejores de la historia en su deporte. Pero siempre ha tenido ese aire de vedette, que se hace más evidente cuando se le compara con Roger Federer y Rafa Nadal. “Fedal”, como les llaman, son tipos correctos, callados, educados, conciliadores y carismáticos, sin necesidad de los “chiquishows” propios de Djokovic. No gritan, no estrellan raquetas contra el suelo ni insultan a los árbitros. Esa personalidad que le ha permitido a Nole una superioridad psicológica a la hora de jugar, ahora juega en su contra cuando muchos lo consideran un chiquillo malcriado que se siente por encima de las reglas.

Los deportistas tienen que entender que son “role models”, principalmente para la juventud. Por eso que sus conductas tienen mucha más relevancia que lo que haga cualquier otra persona. Y allí es donde fallan. Tanto Djokovic como Aaron Rodgers, Kylie Irving, Antonio Brown o cualquier otro que se niegue a vacunarse, manda un mensaje equivocado a la juventud de que, si eres lo suficientemente famoso, puedes burlar las reglas, simplemente por ser tú.

En Serbia, han hecho del tema Djokovic casi que una afrenta a la nación. Hasta la primera ministra salió a defenderlo aunque, cuando se supo que había violado la cuarentena, sabiéndose positivo, dejó claro que el tipo había cometido un delito que puede mandarlo a la cárcel. Pero la población eso no lo entiende. La gente tiende a endiosar a las figuras deportivas (Panamá tiene experiencia en eso), no solo perdonándoles todo lo que hagan, sino considerando que el mundo entero debe venerarlos. No hay la menor duda que “Novaxx” ha sido el serbio más destacado de las últimas décadas. Pero no por eso hay que aceptarle que viole las normas.

Y por último, los australianos también “tienen vela en este entierro”. Según una encuesta esta semana, el 83% de los habitantes de Australia quiere que a Nole se le deporte del país. Hay que entender que muchos de ellos no pudieron pasar las fiestas con sus familias debido a las restricciones sanitarias. Y ahora se les hace muy difícil aceptar, que por mucho que sea “el número uno del mundo”, las leyes sean más laxas para él que para los australianos. Además, tomando en cuenta que en cuatro meses hay elecciones en Australia, ese 83% puede tomar mucha relevancia.

Al final, a mi modo de ver, Australia decidió de la manera correcta.  A Djokovic se le ha sancionado sin importar quien es y se ha dejado claro que, en temas de salud pública, nadie debe estar por encima de las reglas. A fin de cuentas, muchos tenistas no juegan torneos por causa de las lesiones. En este caso, Nole tiene una grave lesión en los principios de respeto a las reglas. Como bien dijo Rafa Nadal esta semana, si hubiese querido jugar el torneo, la tenía muy fácil. Solo tendría que haberse vacunado.

Este artículo fue actualizado a la 1:00 p.m. del domingo 16 de enero de 2022...


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