Los dirigentes que adversan las reformas a la CSS nos pidieron no comprar cigarrillos, licor y agua embotellada, y dejar de ir a los casinos. Lo del agua embotellada... bien, pero ¿renunciar al cigarrillo, el licor y la "chinguia"? "Será cuando San Juan agache el dedo", me dije. El momento es oportuno para contarles sobre un paseo que hice a Atlantic City, ciudad de casinos. Al entrar en la ciudad vi cientos y cientos de automóviles en venta y muchísimas casas de empeño, compra y venta, y préstamos. El famoso casino Taj Mahal, de Donald Trump, punto obligado para el turista, está ubicado en el paseo que va costeando la playa y hacia allá fuimos; en el paseo vi a una mujer como de 45 años, excesivamente maquillada, vestida con zapatos rojos y camisa y pantalón rojos tan ajustados que más que puestos parecían untados; metió un casete de "salsa" en el boom box (radio grabadora) y empezó a bailar; el sombrero rojo en el piso era para el dinero por sus bailes (que de ritmo latino no tenían nada). Era un espectáculo patético. Más adelante un anciano sentado en el piso, vendía peluches que parecían usados. Entré al casino y como me ha sucedido las pocas veces que he estado en alguno, me interesaron más los jugadores que el juego: de rostro tenso y angustiado el perdedor, sonriente el del ganador; la mujer de rojo llegó a la mesa de black jack a jugar los dólares que, seguramente compadecido por su deprimente espectáculo, alguien le había dado; ante un tragamonedas vi al anciano de los peluches. Los cientos y cientos de automóviles en venta, que había visto, habían sido de los jugadores que los vendieron para poder seguir jugando; en las casas de empeño, préstamos y de compra y venta (abiertos 24 horas) deja todo de lo que se puede desprender un jugador perdedor. Con el alma arrastrando salí de la ciudad deseando no volver a pisarla jamás.
Los manejadores de este negocio arguyen que no son responsables por la adicción al juego (ludopatía). Es cierto. Pero los casinos están diseñados para "enganchar" (tragos gratis, espectáculos, premios adicionales, instalaciones lujosas, abiertos día y noche, etc.). Veamos. ¿Es el propósito de los casinos dar a ganar mucho dinero, o ganar ellos muchísimo dinero? En el 2004 (cifras oficiales) en Panamá las apuestas fueron de aproximadamente 2 mil 599 millones de dólares, 122% más que el año anterior; las tragamonedas, favoritas de los apostadores, aumentaron en 137.2 millones de dólares, y los operadores de apuestas reportaron ingresos por 138 millones de dólares, un incremento de 20%. ¡Son turistas los que más gastan en los casinos!, dicen los interesados. ¿Y la clientela local fija, los jubilados, los padres y madres de familia adictos al juego, que empezaron a jugar con la esperanza de sacar algo para llevar a casa y han terminado sacando de la casa para llevar al casino? ¿Qué denuncian las cifras que cito arriba? ¡Qué el país entero es una gran casa de chinguia! Que los gobiernos son facilitadores de casinos, lotería y apuestas de caballos; que agravan la situación los garitos y la lotería clandestina sobre los que no hay datos. Pero sobre todo, que urgen campañas para alertar sobre esta adicción tan nociva para la salud y para la sociedad como el consumo de alcohol, cocaína, metanfetamina, etc.
Mas ninguna de estas preocupaciones distrajo al diputado Rogelio Alba de la suya. Sorteando tranques y piedras, salió rumbo a la Zona Libre de Colón a buscar "donaciones" para sus sufridos coterráneos de Kuna Yala. En las tiendas, en vez de arroz, frijoles o leche en polvo, se le cruzaron en el camino cigarrillos, Seco Herrerano, cerveza, ron y nada más y nada menos que Baileys Irish Cream, ¿popular entre su gente? ¡Ah!, justo lo que necesitaba: productos de la canasta básica familiar. Tan emocionado estaba Alba que "olvidó" pagar los impuestos; después de todo, si compró un Porsche Cayenne exonerado de impuestos, privilegio auto-otorgado por los diputados, ¿cómo recordar el pago de impuestos por donación tan generosa? Alegar olvido, como hizo Alba, es querer jugar con nuestra inteligencia.
Volviendo a lo de la CSS hago clic y apago cuando empieza a correr la grabación que sale de la casetera cerebral de Ávila, Blandón, el ex ministro Quiroz, (el de los puentes que no se pueden usar), Saúl Méndez, Pedro Miguel González, o el ruidoso maestro Andrés Rodríguez. La solución al conflicto no está en el bla, bla estéril o la violencia, "último refugio del incompetente", según el escritor y científico Isaac Asimov. Está en manos de los negociadores del Gobierno y de los gremios, así que cruzo los dedos y pido: ¡Ilumínalos, Dios mío, que el país se cae a pedazos! Panamá sigue existiendo y el SS no es nuestro único problema; es problema, también, que nos permitamos creer que a los 50 ó los 60 somos prácticamente inservibles, que nuestro futuro son las chancletas, la hamaca y el televisor. Aceptarlo es empezar a morir antes de tiempo. Por esta razón, rechazar al aumento de la edad de jubilación debería apoyarse en argumentos menos dañinos y deprimentes. Termino este "licuado" de temas deseando fervientemente que recuperemos el sosiego cuanto antes. Hay que lograrlo. Prolongar la inestabilidad es jugar con candela.