Ante los hechos que afectan al sistema educativo, observamos un enfoque en donde abundan los señalamientos, exigencias y la repartición de responsabilidades, pero no se busca el eslabón flojo o débil que causa la falla, con miras a generar soluciones permanentes a través de la reevaluación de los procesos. En su defecto, se le da prioridad a una búsqueda implacable de responsables y causantes de los problemas.
Pero en ese análisis del juicio y veredicto sobre a quiénes atañen las culpas, hay que hilar delgado. La culpabilidad que regularmente se le atribuye a los funcionarios de alta, mediana y baja jerarquía, a los contratistas, a las empresas y a un actor llamado "corrupción", no debe excluir a quienes presentamos, comúnmente, como las víctimas. Hablo de los padres de familia, los docentes y los propios estudiantes. Los unos, porque se desvinculan de la escuela, a la que ven como una especie de guardería, menos como los centros de enseñanza aprendizaje que deben ser; y los otros, porque equivocadamente creen que pueden llevarse para sus casas, vender o destruir parte o toda la infraestructura escolar, año tras año, y reclamarla como nueva… año tras año, truncando con esto el progreso de la institución.
A la luz de una ceguera o sordera –cuya raíz puede ser política– encontramos que no hay planes de mantenimiento, que no se le da seguimiento periódico a los problemas, que hay un exceso de burocracia en los trámites, carencia de personal suficiente e idóneo, la falta de inspección confiable, fallos en el cumplimiento de lo pactado en los contratos, que se carece de una planificación articulada y coordinada, y la ausencia total de disciplina profesional atinada, segura y priorizante.
Todo lo anterior evidencia un desinterés por hacer valer los talentos, las competencias y las habilidades obtenidas como parte de la formación, o la confirmación de una deficiente preparación académica.
Según Henry Wadsonrth Longfellow: "Se tarda menos en hacer una cosa bien que en explicar por qué se hizo mal".
Los proyectos que resultan del trabajo de los contratistas, ingenieros y funcionarios dejan entrever deficiencias profesionales, éticas y de valores que son parte de la formación en el hogar y en la escuela, exponiendo una cara de la realidad que pocos quieren reconocer o compartir y la mayoría justifica redireccionando su parte de culpa; una razón más para poner atención a la educación que se está brindado.
Enfocada en que los problemas que vivimos son consecuencia del deterioro progresivo en la educación, la culpa se convierte en una amplia tolda que arropa a los señalados y a los que señalan. Lo peor de todo es que las medidas que se toman para buscar las "soluciones" no son más que la perpetuación, traslado o aplazamiento de los males identificados como: falta de perspectiva y de profesionalismo en los métodos utilizados para la ejecución y seguimiento de los proyectos.
Cuando al final, el veredicto pareciese decir que hay necesidad de replantear y regresar a la escuela, irónicamente, queremos remediar las deficiencias educativas suspendiendo las clases, como la mejor alternativa. Sí continuamos con este eslabón flojo en la cadena, nunca podremos alcanzar los resultados esperados.
En una coyuntura como la actual, en donde contamos con los recursos económicos para solventar las necesidades de todas las escuelas, sin excusas ni indulgencias, es ilógico que se registren las fallas humanas en todos los niveles señalados. Si con estas palabras, a sabiendas o involuntariamente cometo alguna falta… mis disculpas.
