Hoy se cumplen los 229 años de la independencia de las trece ex colonias británicas que a partir de esa fecha conformaron la nación más próspera y poderosa del mundo moderno: Los Estados Unidos de América, modelo de democracia y comunidad inspirada en las libertades y el respeto a los derechos naturales del individuo.
El 4 de julio de 1776 se dio el levantamiento incruento de los colonos norteamericanos contra la monarquía inglesa debido a las leyes tributarias impuestas a las trece colonias para financiar la defensa del régimen colonial, culminando el proceso de independencia y la ulterior promulgación en 1787 de la Constitución Federal de los Estados Unidos.
Y es que los principios básicos de la revolución norteamericana descansaron en la limitación de los abusos de poder en favor del individuo y sus libertades que eran consideradas naturales y previas al surgimiento del Estado. De tal suerte que la Constitución de la nueva nación recogía la separación de los poderes del Estado como garantía de balance entre el buen gobierno y la plena expresión y concreción en la vida comunitaria de los ideales libertarios como base para el progreso, la paz social y un vigoroso crecimiento económico que caracterizaron desde sus inicios a la nación norteamericana.
La revolución independentista de los Estados Unidos fue ejemplo para los demás países hispanoamericanos que imitaron o trataron de imitar el régimen constitucional republicano, federal y representativo de la emergente nación. Dice Guillermo Yeatts que "A pesar de esta adhesión formal a los principios de la revolución norteamericana, cuyo fin primigenio era la protección de los derechos individuales y la limitación de la capacidad del Estado de avasallarlos, la realidad ulterior demostró en las democracias latinoamericanas el predominio de los valores de la revolución francesa de 1789, donde la voluntad de la mayoría era la ley suprema".
Estados Unidos nace como una "nación con alma de iglesia" en que la libertad religiosa fue el motor de la colonización y asentamiento de la costa este de Norteamérica entre lo que son hoy los estados de Maine y Georgia. Los principios fundacionales fueron sólidos y resultado de un pacto libre y voluntario entre las trece colonias de preservar la unidad en base al respeto de los derechos a la vida, a la libertad y la propiedad. Este pacto tuvo éxito porque la colonización de norteamérica estuvo a cargo de compañías privadas de comercio a las que la Corona daba autonomía y otorgaba derechos de concesión; y no como el reino español que controlaba rígidamente todo lo que se comerciaba o no en Hispanoamérica.
Comparando la revolución estadounidense con la que se dio en Francia trece años después un 14 de julio de 1789, vemos que existen algunas diferencias. La de Estados Unidos es incruenta y la de Francia es el embrión de las revoluciones violentas que han terminado en totalitarismos y dictaduras (Guillermo Yeatts).
La revolución francesa cambió un régimen de gobierno déspota e impositivo de los reyes pero sobrevino en "reino del terror" con 40 mil ejecutados, caos y crisis económica severa. Como resultado de esa revolución se pasó de un gobierno monárquico a uno concentrado en la Asamblea Nacional de revolucionarios. Después, Napoleón implantó el "primer estado policial" del mundo moderno. Mientras, la gesta norteamericana fue un movimiento que luchó por preservar libertades que se habían logrado. La independencia de 1776 fue un medio para mantener las libertades y no un fin para ganar y controlar poder político como aconteció en las jóvenes naciones hispanoamericanas.
La Constitución de los Estados Unidos tenía como punto central limitar las arbitrariedades del Estado ante los derechos inalienables de los ciudadanos. La revolución francesa vanaglorió la "voluntad general" de las mayorías sobre las minorías; es decir que si la mayoría se ha pronunciado, la minoría debe inclinarse y aceptar que allí en la mayoría está la verdad. Los derechos existen, bajo el prisma de esta concepción política, como derivados y accesorios al "contrato social" que deben ser dados o reconocidos por el gobierno; quedando subordinados a la voluntad mayoritaria y de allí, a la tiranía de la mayoría guiada por demagogos, hay un paso.
El espíritu de la revolución de 1776 permea en el pueblo estadounidense y hace de esta nación un legado institucional viviente y en constante evolución pero sin perder sus valores primordiales. Desde la perspectiva tercermundista, Estados Unidos es sólo Bush-Irak-Guantánamo y demás "muletillas" de desinformación mediáticas, lo cual hace perder la objetividad y la perspectiva de la grandeza de la sociedad estadounidense. Criticar a los que están en la cima es fácil; y más aún si no se proponen mejores modelos políticos que los de esta admirada y también muy envidiada nación.
