En el 2018, The New York Times en su versión en español, publicaba un encabezado escrito por el exsecretario de Estado de los Estados Unidos, George Shultz, en el que indicaba que la guerra contra las drogas había fracasado y que su guerra frontal había arruinado vidas, había abarrotado las cárceles y había costado una fortuna en Estados Unidos.
Ahora bien, debemos considerar diferentes aristas a este tema. Por un lado, tenemos una dupla percepción del asunto de las drogas, “satanizadas por décadas como si el objeto como tal tuviera vida propia y careciera de un contexto, social, cultural, político, económico y judicial”. Por otro lado, la moralidad maniquea hacia el consumidor. En la que las políticas públicas más represivas estarían orientadas a buscar la forma de retirarlos de la sociedad y en el peor de los casos, recluirlos a centros penitenciarios por consumos de baja intensidad, agravando la situación que esto conlleva, ya que las instituciones penitenciarias no estarían cumpliendo el rol de reformar y resocializar.
El concepto de las “drogas” esta formado social y culturalmente. Cuando pensamos en las drogas y su famoso combate a estas, tenemos referencias inmediatistas en las que saltan a relucir la (des)información que nos brindan los medios de comunicación, que en su mayor medida generan un circuito cerrado como mencionaría el criminólogo Alexandro Baratta en cuanto a la criminalización del “espectro droga”, en el que las instituciones constituyen el efecto de un engranaje cerrado que reproducen la criminalización de las drogas, y que el efecto contrario a ese engranaje es un sistema en el que se rompería el círculo, dando por entendido nuevas visiones, como la despenalización o descriminalización de estas.
Las conceptualizaciones de despenalizar, desregular, descriminalizar, podrían parecer símiles. Sin embargo, cada una encierra un conjunto de regulaciones no solo jurídicas, sino económicas y sociales, que deben ser consideradas, especialmente cuando hablamos desde el espectro en donde la droga y el consumo forman parte de un retículo multidimensional y multisectorial, y no solo desde el aspecto unívoco de lo judicial , como acontece en muchos espacios, especialmente en nuestro país.
Cuando nos referimos al espacio de la despenalización, debemos tener en cuenta que su problemática nunca fue tan acuciante como hoy en día. A inicios del siglo XX, el consumo de alcohol se presentaba como una problemática mayor en muchos países, siendo especialmente en Estados Unidos. Sin embargo, no es sino hasta su criminalización que esta droga legal (en sus momentos ilegal) toma otros contextos, y es que lo que convierte una cosa legal o ilegal es su criminalización o no. Despenalizar significa no criminalizar, no penalizar una conducta que en su primera instancia es ilícita, de acuerdo con los códigos legales de la región.
La despenalización, de acuerdo con el Informe Regional de la OEA, publicado en 2019, indica el número de arrestos por violación de las leyes de drogas, podría cambiar drásticamente evitando cargas sustanciales sobre aquellos que son arrestados. El cambio legal reduciría la carga sobre los sistemas de justicia y penitenciario al dejar de perseguir y encarcelar a delincuentes de bajo perfil. La despenalización incluye sanciones no criminales, como multas o intervenciones destinadas a disuadir a los usuarios de continuar consumiendo drogas ilícitas.
Por otro lado, cuando hablamos de la legalización, ésta se refiere a un régimen en el que tanto la producción como el consumo son legales. La regulación de las drogas podría efectuarse por medio de que el Estado garantice que la comercialización y su consumo están reguladas y normativizadas, por tanto, la producción y la comercialización tendrían que cumplir estándares de calidad, pagar impuestos como cualquier otra mercancía y tener controles de seguridad en su uso, distribución y consumo. Mucho se ha hablado de que si se dieran estas opciones fueran muchas menos las muertes por un mal producto o sobredosis. Ya que el Estado, así como regula y grava con impuestos sustancias reconocidas por sus efectos disruptivos, como el alcohol, estaría tomando parte y control, y por ende, los grupos delincuenciales o carteles de las drogas “verían mermadas” sus ganancias y, por ende, la criminalidad asociada al comercio de la droga. Sin embargo, esto implicaría que el Estado, de la mano de todas las instancias, debería acompañar en campañas de concientización y reducción de daños en todos los aspectos y orientados no solo a los consumidores habituales, sino a los no consumidores y a los de consumo recreativo.
La descriminalización de las drogas por otra parte, y sin entrar de lleno en sus aspectos legales, tiene su asidero parecido al de la despenalización, con la excepción que esta última evita no solo penalizar sino criminalizar, al consumidor, y ubica la problemática desde el espectro de la salud pública como un problema social que requiere de la sensibilización. Es reducir la imagen del consumidor, de ser un criminal a una persona con problemas de uso de drogas, o problemas ocasionales de uso de drogas. “Se sabe que fundamentalmente las políticas de drogas represivas generan mayores daños que las sustancias mismas” (Comisión Global de Políticas de Drogas, 2016).
Los daños causados por las políticas de drogas no están confinadas a las personas que las usan y a otras involucradas en el tráfico – afectan a la sociedad en su conjunto. La vigilancia de las sustancias se ve ensombrecida por una disparidad racial en el sistema de justicia criminal y por prácticas que son completamente desproporcionadas a las ofensas involucradas.
Por un lado, tenemos que los beneficios de una descriminalización correctamente aplicada, pueden ser muchos. Mientras que la criminalización de las personas que poseen sustancias para uso personal es un componente central de muchas estrategias de los países frente a las drogas.
La descriminalización es de hecho permitida bajo el sistema internacional de fiscalización de drogas. Aunque existen numerosas políticas de descriminalización en práctica alrededor del mundo, muy pocas están bien ideadas o implementadas efectivamente, el debate se mantiene tan fresco hoy como ayer.
El autor es sociólogo
