La horrible guerra ocasionada por una ilegal invasión, ordenada por un autócrata quien, siguiendo sus sueños de volver a la “grandeza de la desaparecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas”, perdió la racionalidad. Tiene muchas lecciones para los ciudadanos de todos los países del globo terráqueo, incluyendo a Panamá.
La primera lección es el peligro incalculable de sacrificar libertades en busca de la eficiencia de la autocracia para aquellos ciudadanos que –igual que yo– sufrimos una enorme frustración ante las ineficiencias y enorme corrupción de nuestra Asamblea Nacional. ¡Cuidado con caer en la trampa de aceptar el “popular” grito “cerremos la Asamblea”! Hacerlo equivale a –en un sistema presidencial como el nuestro–pedir dictadura.
La segunda lección es que, en una democracia funcional, es el presidente quien debe liderar personalmente a las fuerzas de seguridad del país. Es el presidente quien, con su liderazgo, impone la honradez y valentía al gobierno entero.
Tercera lección: frente a las crisis que sufren los países, toca tomar riesgos con valentía. El liderazgo valiente no admite “patear latas hacia adelante” para evitar afrontar decisiones difíciles, pero necesarias.
Cuarta lección: es la ciudadanía deseosa de un próximo gobierno de decisiones radicales dentro de la democracia, la que debe estar dispuesta a las reformas radicales que procuren salvar del deterioro actual el futuro de la democracia liberal de Panamá y las del mundo. La democracia liberal que, entre todos los defectuosos sistemas de gobierno que conoce la historia del mundo, es la mejor, debido a que es la única que conserva la libertad del ciudadano. Ciudadanos: ¡a unirse tras una nueva candidatura honesta y valiente, dispuesta a cambiar las cosas!
Quinta lección: las autocracias –con su poder absoluto– conducen a la corrupción absoluta de sus dirigentes y los súper ricos oligarcas llegan a sentirse que son dueños del mundo, que están por encima de las leyes nacionales e internacionales, y que pueden hacer lo que quieren, incluso iniciar una guerra invasora y expansionista como ocurre hoy en Ucrania. Cuidémosnos de los autócratas candidatizados por los corruptos de nuestro país.
Sexta lección: en esta vida sí se gana y se pierde reputación y, por esa vía, poder político y económico. Putin (a pesar de ser autócrata) había convencido a su pueblo –y al mundo– que era un gobernante inteligente, respetable, estable y positivo para Rusia y para el mundo.
Esta cruel e irracional invasión lo ha convertido en el “paria” (un ser despreciable) ante el mundo entero, pagando unos costos enormes reputacionales, económicos y políticos irreversibles. Sus cálculos, hasta ahora casi perfectos, tras una acción se tornaron irracionales y, para él, los horribles efectos serán permanentes, afectando su control absoluto del poder interno. El responsable de sacudirle el piso al “todopoderoso Putin” es un actor y cómico sin experiencia política previa alguna, quien contó con la mayoría del voto de su pueblo para elegirse presidente de Ucrania y, desde el primer bombazo ruso, ha demostrado al mundo lo que es el comprobado liderazgo valiente de un presidente cuya fuerza es el apoyo de su pueblo, que –imitándolo– está luchando con igual valentía y arrojo.
Así son las democracias legítimas que –aunque parezcan débiles– cuando están lideradas por presidentes valientes son más poderosas que las peores dictaduras, armadas con hierros, pero sin votos.
El autor es fundador del diario La Prensa
