¿Con qué frecuencia has escuchado la típica y recurrente frase: “La juventud es el futuro”? Parece estar compuesta de palabras motivadoras y alentadoras, pero detrás se oculta una perniciosa posibilidad. Se adjudica en esta frase un deber y una responsabilidad a este grupo social. La juventud, sin duda alguna, posee diversos beneficios biológicos como lo son la vitalidad, la energía y el dinamismo. No obstante, adolece de regulación, de serenidad y de calma, en muchas ocasiones. En fin, está en proceso de construcción el eterno y anhelado equilibrio de la vida.
Considerar a los jóvenes como principales actores de cambio, más que una propuesta inclusiva, pareciera ser una sutil imposición de tareas, que nos competen a todos como sociedad. Esta notable y recurrente frase que es parte de muchos discursos sociales, pudiera, causar un efecto de desmotivación, en vez de ser un llamado a la acción . Los jóvenes tienden a percibir que su participación vuelve a ser postergada y aplazada una y otra vez, cuando se habla del futuro y no, del presente.
Una cosa es segura: no hace falta un par de canas para llevar a cabo grandes proezas. Basta solo tener una dosis de voluntad; que debemos cultivar todos y cada uno de los miembros de una maquinaria social. La responsabilidad de trabajar para alcanzar mejores días es una tarea colectiva y una responsabilidad de todos.
Ya decía, Isaac Newton: “Construimos demasiados muros y no suficientes puentes” ¿Cuántos muros hemos construido entre nosotros? ¿Entre hombres y mujeres? ¿Niños, adolescentes, adultos jóvenes y adultos mayores? ¿Cuántos muros se construyen según el género, la cultura, las creencias religiosas o el tono de la piel? Consideremos la posibilidad de derribar nuevamente los muros que nos han dividido históricamente como humanidad para, juntos, construir aquellos anhelados puentes que nos permitan a todos y a cada uno, sin distinción alguna, fortalecer nuestros lazos como especie, sin categorizaciones.
Según datos de las Naciones Unidas (ONU), existen alrededor de mil 800 millones de personas entre 15 a 24 años, es decir, un 24% de la población mundial. Es la generación de jóvenes más grande de la historia. Estudios de Ipsos para la Fundación Gates, revelaron que casi el 70% de los jóvenes a nivel mundial considera que los líderes políticos no se preocupan por ellos como grupo social, situación que puede devenir fácilmente en apatía social y política, pudiendo, incluso, afectar su su compromiso de participación ciudadana.
Muchos jóvenes reclaman ser parte activa del desarrollo social. Aspiran a algo más que a ser beneficiarios de un progreso o víctimas de un retraso. Una gran cantidad de jóvenes no quieren ser beneficiarios de cuotas de programas, actividades y de agendas políticas y sociales. Es evidente que reclamar no basta. Hace falta coraje y, sobre todo, voluntad para ganar espacios que permitan contribuir e incidir en el bienestar social.
La apología de la participación social y política de la juventud no debe quedar solo en buenos deseos y discursos. Es un deber diseñar e implementar programas que propicien, fortalezcan y consoliden el rol de incidencia de los jóvenes en la sociedad.
En Jóvenes Unidos por la Educación no solo somos una comunidad taxonómica, definida y clasificada por edad cronológica. Somos actores qué incidimos en las políticas públicas, organizados alrededor de un interés común: “La educación”. Somos parte de ese grupo de jóvenes que no solo observa, señala y critica, sino que participa e incide en pro de la mejora de la educación y, por ende, de la sociedad en general.
La juventud no es solo el futuro, también es el presente. Es el motor del hoy y la garantía de un mejor mañana. Es el presente, porque el futuro es inexistente. El futuro se construye con base en las acciones del hoy, que garantizan el mañana. Ser joven es la inquietud de mil ideas y la ejecución de mil acciones.
Finalizo, parafraseando de forma contextualizada, el discurso de Albert Camus en la ceremonia de entrega del Premio Nobel de Literatura de 1957: “Cada generación, sin duda, se cree llamada a rehacer el mundo, la mía sabe que no lo hará, pero su tarea es aún más grande, consiste en impedir que el mundo se destruya”.
El autor es miembro de Jóvenes Unidos por la Educación
