Valoro la publicación de la sexta edición del libro de Olmedo Beluche, “La Verdad sobre la Invasión”, a los 30 años de aquella tragedia. Más que una opinión sugerida del autor (la cual obviamente no esconde), incluye testimonios presenciales de quienes sufrieron en primera fila, los tiros de gracia. Consecuencias sangrientas y dramáticas de las bombas, metrallas y balas, de quienes maniobraban las “luciérnagas de la muerte”.
Pero en lo personal me llamó la atención positivamente la inclusión de lo que él denomina, un “selecto grupo de personalidades políticas panameñas, representativas de todos los sectores de opinión”, y de quienes agradece su “amabilidad” en expresarle sus puntos de vista.
Entre ellos incluye a Julio E. Linares a quien calificó en su libro como abogado, canciller del gobierno de Guillermo Endara, experto en derecho internacional y en temas canaleros y autor de varias publicaciones sobre la materia. Y en el prólogo de la primera edición publicada en 1990, Marco A. Gandásegui, hijo, elogia la exclusión testimonial de parte de Beluche de quienes “salieron a aplaudir la entrada de las tropas norteamericanas” como “de quienes saquearon comercios y residencias”. Para mí esto demuestra, dado las circunstancias del momento, que independientemente de la inclinación ideológica, podemos tener la tolerancia para escuchar y leer opiniones y criterios diferentes entre académicos, intelectuales y políticos, cuyo comportamiento haya sido recto y digno.
En virtud de mi enlace filial, centro este escrito en el mensaje del canciller Linares para quien “la invasión no puede desvincularse de 21 años de régimen dictatorial”. Pondera en el libro esta afirmación, Miguel Antonio Bernal, cuando dice: “ … Estados Unidos respaldó y acuerpó el golde de estado militar que trastocó el ordenamiento civil en 1968. En ningún momento dejaron de brindar su respaldo tanto económico, como a nivel de los organismos internacionales, y también al régimen militar panameño a lo largo de sus 21 años de existencia”. Destacando más adelante que al producirse la invasión “hubo una actuación favorable, aunque pasajera.
El régimen había llegado a tal grado que la gente, con tal que se fuera estaba dispuesta a cualquier cosa”. A su vez escribe José Cambra: “La situación política que se daba a lo interno del país fue la que permitió que esa agresión se pudiera dar. El régimen de Noriega era un régimen odiado por los trabajadores y el pueblo, debido a la ejecución de medidas económicas fondomonetaristas, pactadas con el imperialismo norteamericano y a la represión con que castigaba al movimiento de masas cuando salía a pelear por sus derechos”. A su vez el sacerdote Conrado Sanjur hace referencia a “La prepotencia y práctica represiva del gobierno anterior” y a “su discurso seudo nacionalista”. Gandásegui, hijo, se refiere al panameño como un pueblo que para las elecciones de 1989 “se volcó en contra de Noriega y sus candidatos”. Y el profesor Rolando Sterling apunta que “ …. Noriega … era un simple accidente …”. Lo vio como “ … otro hombre más que se baja del potro” y hasta lo califica como “farsante”.
Finalmente y dejando a un lado, tal vez para otro espacio y momento, los testimonios de sufrimiento en El Chorrillo, Balboa, San Miguelito, Rio Hato, Colón, Chilibre y Paitilla entre otros sitios, queda establecido y demostrado con estas palabras que la invasión tuvo sus génesis en el “apoyo y cooperación que la comunidad internacional, principalmente Estados Unidos de América, brindaron a dicho régimen”, a “la inacción” de la O.E.A. y a “la actitud desafiante y provocadora de Manuel Antonio Noriega, una vez producida su escisión con Estados Unidos”, tal como lo puntualizaría Julio E. Linares en el libro de Beluche.
El autor es abogado