La violencia siempre ha estado allí, a la vuelta de la esquina, persiguiéndonos ferozmente mientras hacemos grandes esfuerzos por la cultura pacifista y el fin de la misma. Pero acecha en lo más íntimo de nuestros hogares, en los momentos más tempranos de nuestra vida, enseñándonos que es lícito y sustentable que peleemos por lo que consideramos nos pertenece, o que nos defendamos a través de la violencia en vez de buscar estrategias más inteligentes ante la experiencia de una amenaza.
La pospandemia nos ha traído a la violencia florecida, recargada, acuerpada por la situación económica crítica, y el trauma vivido por todos los seres de este planeta, cuando no tuvimos más opción que encerrarnos para sobrevivir ante un enemigo que se llevó a un número considerable de seres queridos, que no quiero ni mencionar.
Los adultos, que ya cargamos con el peso de nuestros desaciertos, por no decir errores, tenemos la responsabilidad de hacer algo por la niñez y la adolescencia que está presenciando lo peor de nuestra cara social. Muchos dirán que la humanidad siempre ha sido violenta y en muchas maneras no se equivocan, pero el asunto es que ahora lo hemos hecho público y notorio, privando a nuestra gente pequeña de la inocencia propia del “aquí no está pasando nada”. Cada noticia violenta, asquerosa, pornográfica, desalentadora, pasa en vivo y en directo por todos los aparatos que utilizan nuestros niños y jóvenes (y no me salgan con el cuento de la supervisión parental).
Suficiente es que los niños tengan que ir a la escuela enmascarados cual delincuentes, que los jóvenes tengan que pensar en quitarse la mascarilla para poder darse un beso y que les prohibamos los abrazos, para que ahora los llenemos de violencia aquí, allá y acullá.
Los niños y adolescentes están hartos de sentirse abandonados de sus familias y del mundo, porque la situación está tan dura que para ellos no hay tiempo, solo prisas y exigencias.
¡Y qué decir de la política! La banderilla para matar la poca ilusión que queda en una juventud cargada de desamor.
Hagamos un alto. Dieta de noticias, celulares y redes; dieta de política asquerosa y barata. Pongamos límites a la vez que les damos alternativas para disfrutar de la vida, porque no se puede quitar sin sustituir. Protejamos a nuestros niños y adolescentes, alimentemos su cerebro con positivismo, colaboración y esperanza. Recordemos que no hay vuelta atrás en lo que no se hizo a tiempo. Ya tendrán oportunidad de ser adultos para enterarse del mundo y sus asuntos. Como bien decía Gabriela Mistral: “Los niños no pueden esperar; su nombre es hoy”.
La autora es psicóloga clínica
