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‘Mukanda’

Leer y escuchar cuentos o sentido de la oralidad

Al posicionamiento de la cultura a través de la palabra oral y escrita; a ese acto de conversación implícito que tiene lugar de manera poética en los procesos sociales; a la importancia de la palabra hablada entre los actores o protagonistas y su papel social como depositarios de la memoria y la identidad, a ese acto de reunirse en familia para conversar, lo identificamos como el valor social de la palabra.

El acto de contar cuentos provoca una especie de conversación entre las personas que los ayudan a repensar su realidad y a hablar de ella; no sólo de sus alegrías, sino también de sus problemas. Es algo parecido al efecto que se da cuando se lee y discute un cuento en un círculo de lectura, solo que la conversación es más amena y personal a la hora en que contamos nuestras propias historias.

La oralidad tiene diversas dimensiones y contextos, y es innegable su protagonismo en la construcción social del conocimiento, la ciudadanía, la cultura, la ética, la creatividad, la innovación e incluso la política.

En el complejo entramado de la construcción social y la interacción de saberes del universo de las redes sociales, el valor social de la palabra, el simple y sencillo acto de conversar y compartir historias, de hablar de nuestros problemas a partir de un cuento o una leyenda, adquiere una importancia para la revaloración y reconstrucción del tejido social que merece ocupar un espacio en todos los nichos de los saberes, sobre todo en instituciones como la escuela.

El valor social de la palabra nos conecta con el otro en un dialogo que armoniza los sueños y esperanzas de proyectos comunes en una realidad dominada por la lógica de la competencia.

Quiero recordar aquel discurso del escritor chino Mo Yan, al recibir el Premio Nobel el 7 diciembre de 2012; es uno de los discursos más hermosos que he leído de un Nobel, además de que es un verdadero elogio al arte de contar cuentos. Está cargado de anécdotas de la infancia y cómo este escritor se convirtió en un cuentero. Confiesa en este discurso que a su madre no le gustaba al principio que él contara cuentos, porque en su pueblo natal las personas que hablan mucho no son bien vistas. Pero un día llegó un cuentero al pueblo y Mo Yan (seudónimo que literalmente significa “no hables”), se aprendió los cuentos de este narrador oral y luego se los contaba a su madre. “Hubo veces en que, después de escuchar el cuento, mi madre expresaba sus preocupaciones”, dice Mo Yan.

Esto se debe a que las historias, aunque sean ficciones, nos conectan con la realidad de las personas, sus problemas, proyectos e identidad. Estoy convencido de que lo mismo pasa cuando contamos cuentos. Las historias nacen de la realidad y de la imaginación, que es tan poderosa que puede inspirar a cambiar las cosas que afean la verdadera realidad.

Dice el escritor cubano Félix Pita Rodríguez, en un ensayo que se pierde en el tiempo, que en África Central, a la magia que posee una persona para contar historias, ese espíritu de cuentero, se le llama “mukanda”, que significa: magia cuenteril. Ese talento y sensibilidad para narrar, esa sustancia intangible es llamada de muchas formas en nuestros países: gracia o talento; carisma o don, y es indispensable para trasmitir el imaginario.

Escribiendo, leyendo y, sobre todo, contando cuentos y observando cómo otros cuentan, he aprendido que para tener un buen “mukanda” hay que ser lo más natural posible y volver a los inicios de la tradición de nuestros abuelos. Para lograr transmitir con naturalidad y eficacia lo que la mayoría de las personas llaman “mensaje”, pero que yo prefiero llamar “magia”. Hay una magia en cada cuento, es como saber sacar el conejo del sombrero.

El narrador oral es una especie de animador sociocultural, porque tiene la habilidad de potenciar una conversación e interactuar con la familia o la comunidad en un espacio comunicacional donde la participación, el descubrimiento de las identidades y los problemas se convocan en asamblea. En estos tiempos de confinamiento y encierro, la lectura y escucha de cuentos vienen a regular esos momentos difíciles donde las familias se incorporan como lo hacían las comunidades ancestrales.

El narrador oral ayuda a dar sentido a nuestras existencias a través de cuentos que permiten imaginar prácticas ciudadanas que buscan mejorar la calidad de vida y recuperar la autoestima por medio de las historias. Todos tenemos la necesidad de escucharnos, de reconocernos en el otro; de construir mundos imaginarios para descubrir y entender la realidad y ser más felices. Recordemos lo que decía Jorge Luis Borges: la lectura es una forma de felicidad. Si eso es verdad, contar cuentos y escuchar cuentos es el camino a la realización de la felicidad.

El autor es escritor


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