Al leer, lo hacemos desde distintos espacios o ámbitos: leemos desde la escuela, la oficina, la universidad, el hogar, el centro cultural, el transporte, el centro de salud, las instituciones, el barrio, la biblioteca. Todos estos espacios tienen un propósito y posibilidades. Pensemos en la biblioteca, por ejemplo; es un espacio esencial para buscar información, pero también es un lugar lleno de posibilidades para el descubrimiento y el encuentro prodigioso. Es un espacio poético y transformador, aparte de contener conocimiento. Quiere decir que hay espacios donde la lectura se puede dimensionar, transformar y configurar, porque constituyen una especie de esfera hospitalaria para la construcción.
Hay otros ambientes donde la lectura constituye una especie de bálsamo, una forma de curar heridas o, al menos, un modo de resistir la adversidad, de rehabilitar esperanzas, como lo son los hospitales, los asilos, los albergues de niños y jóvenes, las cárceles, etc. Más allá, existen otros contextos emergentes donde los territorios, las fronteras, las lejanías, las distancias son espacios de tensiones y conflictos, de situaciones en crisis, donde los más vulnerables son los niños y jóvenes, pero también los adultos y ancianos que pueden ser migrantes, expatriados, exiliados, desposeídos o desplazados, prójimos discriminados y olvidados, humanos que han dejado su patria buscando nuevos horizontes.
En estos contextos se generan espacios para la lectura que son invisibles, porque operan desde la interioridad del lector, desde su subjetividad. Es un lugar privilegiado en el cual leer tiene significados diversos. Es la zona donde leemos para ser libres y comunicarnos con la otredad, para acompañarnos en momentos contradictorios; para arrullar los pensamientos; para provocar ideas; donde esperamos tener la oportunidad para contener el mundo con palabras. Es decir, la noción de espacio no se limita a lo físico; también es psicológica y espiritual.
Pensemos en el mito de la caverna de Platón. En el principio, el hombre vivía confinado a la oscuridad; vivía en una caverna, rodeado de sombras. Este espacio sombrío lo limitaba y lo hacía preso de su propia existencia. Ese mundo de sombras lo impulsó a buscar la luz, es decir, el conocimiento, las ideas, el pensamiento. La sed de explicarse la realidad de las cosas lo llevó a la contemplación de las ideas. Así descubrió que el mundo era más complejo y enigmático que su limitada realidad de caverna.
En la actualidad, los humanos siguen confinados a nuevas cavernas. Las sombras con las que combatimos hoy tienen múltiples apariencias: la soledad, la frustración, el delirio, el ruido y el silencio, son algunas. La lectura es un espacio donde ese mundo de sombras cobra claridad. Pensemos en la soledad. Leer nos permite confrontar nuestra soledad y dialogar con nosotros mismos y otro que nos habla desde el libro. Es una soledad compartida desde la subjetividad. Ese desierto también construye y edifica, crea un espacio de bienestar interior y simbólico.
Paul Auster dijo: “La literatura es esencialmente soledad, se escribe en soledad y se lee en soledad y, pese a todo, el acto de la lectura permite una comunicación entre dos seres humanos”. Esto significa que la lectura es un espacio que llena silencios y vacíos que son una posibilidad de comunicación dimensionada con la realidad de uno mismo y del otro.
En este sentido, otro espacio de la lectura es el del hallazgo. El descubrimiento que se da en soledad, pero que se desea compartir desde las palabras. Podemos hablar con los demás sobre algo que nos conmovió en un libro, compartir el hallazgo y apropiárselo. Esa revelación es un encuentro y un desencuentro, pero ambos llenan silencios y espacios que a veces provocan, sugieren y articulan conocimiento de la realidad para establecer relaciones personales y de convivencia.
Sin duda, un espacio que no podemos dejar de mencionar es el de la imaginación. El imaginario y sus universos son la posibilidad de la realidad. Cuando leemos, la imaginación es un camino seguro para la construcción de proyectos de vida. La creatividad le da nuevos significados a la realidad y, por lo tanto, nuevas alternativas. El espacio de la imaginación se alimenta de lo que leemos. ¿Cómo podemos hacer que ese espacio para la creatividad se convierta en un referente que nos ayude en la vida a darle significado a las experiencias? ¿Cómo lograr hacer diversas conexiones cívicas, éticas y creativas desde el imaginario que provoca la lectura? Es algo que descubrimos al leer y es un proceso casi sagrado y, a la vez, secular.
La imaginación nos abre una ventana donde la lectura encuentra otro espacio: el pensamiento. La aventura del pensamiento inicia, la mayoría de las veces, abriendo un libro. La lectura, al mismo tiempo que es un entretenimiento, condiciona un espacio para el pensamiento. Es un espacio subjetivo que permite construir ciudadanía y pensar en cientos de nociones relacionadas a los derechos, las ideas, los proyectos que privilegian valores nobles. Cuando leemos, habitamos nuestro ser de pensamientos y, de esta forma, aprendemos a pensarnos desde otros espacios para descubrir nuevos horizontes.
El autor es escritor
