Vivimos en una sociedad netamente machista, en la que, aunque cueste creerlo, hasta las mismas damas pueden llegar a ser machistas. De acuerdo a nuestra legislación, el padre, al momento de reconocer al hijo (a), le transmite automáticamente su apellido de primero, quedando el materno de segundo. Ejemplo: Juan Pérez Cano (Pérez del padre y Cano de la madre).
Ahora bien, ¿qué sucede si una persona decide invertir el orden de los apellidos? El artículo 40 de la Ley 31 de 2006 (reformada) lo permite. Basta la simple solicitud por escrito dirigida al Tribunal Electoral por el interesado, que debe haber cumplido la mayoría de edad. De hecho, el mismo artículo permite que ambos padres, de común acuerdo, decidan el orden de los apellidos que llevará el neonato, siempre y cuando se decida antes de la inscripción registral.
Retornando al tema, cabe preguntarse: ¿es bien visto por la sociedad que alguien mayor de edad invierta sus apellidos, es decir, colocar el materno primero y el paterno segundo? Lo más probable es que sea criticado ferozmente por aquellos esclavos de la cultura machista predominante y denigratoria de la mujer. Y quizás, usted, señor (a) lector (a), se una a las filas de esa asquerosa idiosincrasia sexista que envilece subrepticiamente la dignidad femenina.
Tradicionalmente, el machismo ha permeado las ideologías de diversos pueblos. Producto de ello tenemos la práctica social de que el hombre, al determinar la filiación, impone “de fábrica” su apellido de primero al vástago, a fin de que este lo transmita a sus hijos y así sucesivamente. Retomo la interrogante: ¿por qué es mal visto aquel que se invierte los apellidos si la ley lo permite? Pregunto al lector, ¿por qué no puede?, ¿es acaso la mujer menos que el hombre?
Países como Brasil contemplan en su legislación el establecimiento del apellido materno como primario y el paterno como secundario. ¿Por qué en Brasil no es malo y aquí sí? Fácil, es cuestión de educación, formación y cultura. En ese sentido, importa mencionar que, incluso, hay féminas panameñas que percibirían incorrectamente el hecho de que alguien invierta el orden de sus apellidos. Lo mirarían como una “ofensa para el padre” (alguien que me explique con argumentos válidos dónde está la ofensa). Esto denota que hasta las mismas mujeres pueden llegar a verse inoculadas por el veneno machista, lo que podría denominarse como una especie de “autodiscriminación”.
Mi conclusión: Nuestras madres nos albergaron en su vientre por meses, nos criaron y se han preocupado (y aún se preocupan) por nuestro bienestar. Nadie ha nacido únicamente de un espermatozoide. Por ende, debería quedar a la libre discreción del individuo la decisión de invertir o no sus apellidos, sin ser blanco de censuras sexistas y de reproches. Es una resolución que debe ser respetada en lo más mínimo, de lo contrario, lo acepte o no, se está despreciando el valor de la mujer.