La usó primero José Miguel Alemán. Habida cuenta de que había sido impuesto como candidato, no podía ir en contravía, ni en la forma ni en el fondo, de la política de Mireya Moscoso, pero a la vez necesitaba mostrar cierta independencia, para poder deshacerse de por lo menos algo del lastre. Cada maestro con su librito fue lo más que se le permitió decir. Desde luego, no le sirvió de mucho.
El Contralor acaba de recurrir a la misma frase para explicar (o no explicar) el tamaño del déficit. Asuntos de metodología contable, arguye. Sé muy poco de contabilidad, pero algo me dice que hay algo más de fondo. Por ejemplo, duplicar el registro de ingresos por peajes del Canal y contabilizar las utilidades del Banco Nacional, que aún no se han recibido parece más un intento burdo de esconder la realidad que una discrepancia sobre metodología contable. No sé en qué librito figura la duplicación de registros como método aceptable de contabilidad, ni en cuál se admite contabilizar ganancias de un año que todavía está lejos.
Algunas deudas de proyectos de inversión no aparecen en el sistema. ¿Es que hay un librito que establece que algunas deudas se ocultan y otras sí entran al sistema? ¿Hay alguna forma de explicar por qué se nos dijo que el déficit era de 277 millones si en realidad es de 720 millones de dólares? Puede que haya dos libritos, pero no son dos formas de contabilizar las cuentas gubernamentales sino algo más elemental: un libro de mentiras, y un libro con la verdad cruda y descarnada.
Supongo que a la misma figura de los libritos recurrirán cuando haya que explicar por qué decenas de millones de dólares del gobierno –las donaciones al Estado lo son– fueron a parar a fundaciones privadas no sujetas a control. ¿Es que hay un librito que exime a los funcionarios de la obligación de rendir cuentas de los millones que administran? Aquí no se trata de que dos maestros tengan libros de texto distintos: las normas que rigen la administración pública son de aplicación general. No se puede tolerar que un ex ministro arrogantemente se niegue a rendir cuentas porque encontró (o escribió él mismo) un librito donde dice que los fondos del Estado se pueden manejar sin controles a través de fundaciones privadas.
Es mejor atajar a tiempo el abuso de la expresión cada maestro con su librito, pues dados los antecedentes, va en camino de convertirse en la fórmula mágica que todo lo justifica. Hasta dólares en las refrigeradoras y puentes que se inauguran pero que por falta de accesos no se pueden utilizar.
En el librito político de Aquilino Boyd solo hubo dos capítulos: caballerosidad y patriotismo. Y ambos los llenó con páginas diarias de su propia vida. Con un puñado de familiares y amigos, en 1959 sembró banderas en la antigua Zona del Canal, pero fue una auténtica legión de panameños la que lo despidió el lunes pasado. No podía ser de otra manera. Cuando las pasiones se desbordaban, cuando el encono impedía el diálogo sosegado, y el odio comenzaba a enseñorearse, la mesura y la cordialidad de Aquilino –el nombre bastaba sin que fuera necesario identificarlo por apellido– se erigía como un faro en las penumbras borrascosas de la política.
Pido en préstamo una frase suya para describirlo: fue un optimista invencible. Creyó en la recuperación del Canal cuando pocos la consideraban posible; luchó por la desaparición de la Zona del Canal cuando muchos se resignaban ante la perpetuidad; y fue siempre un ferviente defensor de la capacidad panameña para administrar el Canal, a pesar de las dudas de muchos de sus compatriotas. No es que el tiempo le diera la razón: él mismo ayudó a dársela, y la vida le alcanzó para ver el fruto de sus luchas.
Los panameños le guardaremos gratitud perenne, y los que tuvimos el privilegio de su amistad recordaremos por siempre la sonrisa de un patriota cuyo optimismo ni siquiera la muerte logró vencer.
