En el Tropic Star Lodge no hay teléfonos, máquinas de fax ni televisión. Esta total incomunicación es, precisamente, uno de los principales atractivos de este resort de pesca deportiva ubicado en bahía Piñas, provincia de Darién, en donde a finales del mes de noviembre pasado se efectuó el II Torneo de Pesca Tropic Star.
A 160 kilómetros del pueblo más cercano, al Tropic Star llegan aventureros con ansias de darle la lucha al merlín, un pez que llega al mar darienita en busca de su manjar favorito: los bonitos.
Mazo está al volante de uno de los botes del Tropic. Lleva ocho años como capitán, y durante este tiempo recuerda con agrado la mayor propina que ha recibido en su vida: 300 dólares en efectivo. ¿Quién fue aquel generoso pescador? "Ay, no me acuerdo", dice sonriendo.
En temporada alta, los días en el Tropic Star empiezan a las 5:30 de la mañana, cuando un trabajador del hotel toca las puertas de las cabañas para despertar a los adormilados huéspedes. Pronto todos están en sus botes privados o en los que provee el hotel unos Bertram de 31 pies. Mazo está en el muelle mucho antes, limpiando y acomodando las provisiones. La meta es pescar un merlín. O un pez vela. O un espada.
La velada es tranquila aunque el ruido del motor del bote ensordece. Las cañas están puestas. No hay más que ver sino mar. Y el sol pica en la piel. Pero en cuanto el carrete de la caña de pescar comienza a soltarse, los pescadores salen de su letargo y la lucha empieza. Mazo hace lo suyo dirigiendo el timón del bote al son que le baila el pez. Un halón tras otro, un pez vela emerge furioso, asustado, con el anzuelo sujeto a la boca. La emoción del asunto está en vencer a un animal que fácilmente puede pesar 500 libras y que se resiste a ser atrapado. Finalmente el pez es liberado como medida de conservación, aunque los dorados, los peces gallo o los bonitos no corren igual suerte. En el bote, las gotas de sudor corren vertiginosas por la frente de quienes han retado al pez.
Año tras año, turistas extranjeros y pescadores deportivos nacionales acuden al Tropic Star para romper récords o repetir hazañas, y de paso saborear la ya famosa sopa de frijoles negros del lugar.
En ello se pasan una semana, y cuando el torneo concluye, las bromas, las comparaciones y los retos para el próximo año quedan sobre la mesa.
Mazo llegó de Colombia hace ya varios lustros, directamente del Departamento del Chocó. "Me llamo José... José Ibargüen", dice con tono humilde, no sin antes explicar que puedo escribir el nombre como yo quiera. Mazo no sabe escribir, es obvio. Pero sí que conoce de mar.
La temporada alta se extiende hasta el mes de junio, y hasta entonces Mazo tendrá posibilidades de recibir generosas propinas. Cuando se acaba la temporada, regresa a su tierra para sembrar su arroz, su maíz y su plátano, con los que alimenta a su esposa y a sus 10 hijos. Las tierras no son suyas dice pero hasta ahora nadie se las ha reclamado.
Lamas famosas El Tropic Star Lodge está en Piñas desde principios de la década del sesenta, aunque en un principio fue la "casa" del petrolero Ray Smith. En 1965 fue abierto al público bajo el nombre de Club de Pesca, hasta que en 1968 Smith lo vendió a Edwin Kennedy, quien le dio el nombre que hoy día ostenta.
En 1976, el lodge cambia de dueño nuevamente, cuando Conway D. Kittredge, de Orlando, Florida, lo compró. Hoy día, Terri Kittredge Andrews, una de las hijas de Conway, dirige el Resort de Piñas junto con su esposo.
Del sesenta a esta parte, las cosas han cambiado bastante. La misma población del pueblo de Piñas ha aumentado en número hoy son poco más de 900 personas aunque Concepción dice, mientras rebana filete y pica cebolla en la cocina del hotel, que por él los habitantes de Piñas no llegarán a los mil.
El lugar ha cambiado de ser un lugar agreste y colmado de plantas de plátano, a uno con muelle, grama cuidada y cercas de papos meticulosamente podados que se confunden visualmente con la exuberante vegetación que se yergue en las montañas.
