La astucia sumada a la codicia podría dar como resultado elevadas utilidades que pueden surgir con base en la esperanza e ingenuidad de los individuos, pequeños empresarios e incluso grandes inversionistas.
Las grandes ganancias que anhelan algunos en detrimento de otros, a través de rendimientos no sustentados en bases reales, crean una “burbuja” que aumenta las expectativas del mercado y de los individuos. Estos factores generan un incremento en la cantidad de inversores, quienes son incapaces de presentir el riesgo y la imposibilidad de impago a futuro.
La transparencia y la alta rentabilidad muchas veces no caminan de la mano, siendo el caso de las pirámides financieras, identificadas por la promesa de altos beneficios que superan a cualquier entidad financiera, pero con poca transparencia, falta de documentación, mala “focalización” en los perfiles financieros de sus miembros y trabas al momento de salir, lo cual lo convierte en un sistema ilegal basado en el engaño.
Estas promesas, que terminan en estafa, ofrecen obtener réditos de manera fácil, poniendo en circulación considerables cantidades de dinero sin regulación. Esto es considerado como uno de los virus financieros más perniciosos de la época contemporánea, que se fortalece en las deficiencias de los sistemas.
Tal fue el caso de Albania, víctima de una de ola de estafas mediante planes de inversión en alta escala, lo que afectó a dos de cada tres ciudadanos en 1997.
El funcionamiento de las pirámides se sustenta en el interés del inversor, quien debe reclutar a más clientes. Éstos a su vez suman a nuevos integrantes para obtener ganancias. A mayor cantidad invertida por parte de los socios reclutados, mayores beneficios obtienen los mejores posicionados en este negocio.
La pirámide es insolvente desde el primer día, porque sus pasivos son mayores que sus activos y solo crecerá si aumenta la cantidad de socios.
El caso típico de esto vino de la mano de Carlo Ponzi, inmigrante de origen italiano, quien se hizo millonario prometiendo altos intereses y devolviéndole a sus “clientes” el doble de lo invertido en poco tiempo, pagando con el dinero de otros clientes a quienes nunca les devolvió nada. Esta es una operación fraudulenta de inversión especulativa, impulsada por un solo gestor quien posee poder en el mercado, debido a la información.
Para no dejar caer este negocio, surgen estrategias como elevar las tasas a un interés superior al de las tasas medias del mercado, lo que es “insostenible”. El interés que se recibe no representa inversión alguna, representa la llegada de nuevos socios, por lo que estas asociaciones buscan aumentar el número de sucursales manteniendo el vínculo con nuevos depositantes, quienes se agregan de último, sosteniendo el sistema e incrementando las probabilidades de perder sus ahorros.
Las promesas de alta rentabilidad a través de pagos constantes es motivo para dudar, al igual que el considerar volverse rico de un día a otro.
Hay un elevado costo social de las actividades fraudulentas, por lo que se convierte en prioridad mantener la fortaleza legal y la cultura bancaria que contemple la protección de los consumidores. Bien dice el refrán, “cuando la limosna es grande hasta el santo desconfía”.