Jaime Raúl Molina escribió un artículo en La Estrella de Panamá titulado “El médico no puede servir a dos señores”,que considero lo mejor que he leído respecto a la controversia dominante hoy en todo el globo terráqueo sobre la vacunación contra la Covid-19 (Sars- Cov-2).
Me voy a tomar la libertad de citarlo a través de este artículo.
Toda enfermedad, sea cual fuere, “afecta de modos muy, pero muy disímiles, a distintas personas”.
A una enfermedad con riesgos tan abismalmente distintos entre personas de distintas edades, desde asíntomáticos que no se enteran que tienen la enfermedad, pasando por síntomas ligeros a severos, y con tasas de letalidad tan distintas, no puede aplicársele el mismo tratamiento y pretender que esa acción sea médicamente racional. No puede ser “one size fits all!”
Ahora, a la vacuna: “toda vacunación es una intervención médica en que hay que sopesar riesgos y beneficios, y no existe intervención médica sin riesgo de daño”.
“El médico que atiende a Juan sólo debe pensar en el bienestar de Juan, por encima de cualquier otra consideración, para recomendar o desaconsejar cualquier intervención médica a éste. Si el médico tiene razones para pensar que por su perfil de riesgo Juan probablemente no se beneficie de la vacunación y, en cambio, ésta lo exponga a un mayor riesgo, debe entonces desaconsejar a Juan la vacunación….y que Juan tome una decisión informada”.
¿Se imaginan un médico que se atreva –frente a la controversia que existe– desaconsejar la vacuna y someterse a las “hordas” de lado y lado que le caerán, porque simplemente cumplió con su juramento de poner primero a su paciente por encima de la “salud pública”?
Los pacientes –individualmente– somos para muchos médicos en esta controversia una estadística de “salud pública”, pues lo que se busca es un “efecto rebaño”.
Aparte de lo arriba descrito y por lo que recibiré los palos de uno de algunos en la controversia, porque no soy médico (como ciertamente no lo soy), amigos, soy paciente, sí, muchas, muchas veces paciente, como es de esperarse de un ser que cumplirá pronto 84 años de edad, gracias a Dios y a la medicina moderna y a mis médicos, que sí ponen mi salud como paciente por encima de la “salud pública”, y a quienes respeto y admiro lo suficiente como para poner mi vida en sus manos casi que semanalmente.
Como paciente agradecido me produce mucho dolor ver a médicos –algunos de los cuales ni pacientes ven– en una lucha encarnizada enfrentándose y descalificando a colegas suyos que opinan distinto –cosa totalmente ajena a la profesión–, pues cuando uno como paciente tiene un problema de salud difícil espera que el médico tratante le explique que convocará a una “junta de médicos” para unir muchas cabezas con opiniones probablemente distintas y, al final, le presente al paciente sus opciones para que él pueda tomar una decisión informada.
Así ha sido siempre la medicina: escuchar muchas opiniones distintas, todas calificadas.
Sin embargo, la lucha intestina que se ha formado entre colegas sólo ha logrado un desafortunado resultado: que nosotros, los pacientes, le perdamos fe a toda la profesión médica. Y ésto, mis amigos médicos, es una tragedia.
El autor es fundador del diario La Prensa
