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Salud

Médicos en tiempos de Covid

Hago mías algunas reflexiones del doctor venezolano Samir Kabbabe sobre lo que significa ser médico durante una pandemia, en las que define la vocación hipocrática como una pulsión y actitud de vida dedicada a la atención altruista de los demás, presente antes de iniciar la carrera, pero cultivada y profundizada a lo largo de la actividad profesional, haciéndose más relevante en circunstancias riesgosas como la que vivimos actualmente.

Durante la formación académica, el estudiante de medicina adquiere nociones teóricas, destrezas prácticas y capacidades éticas. Se le enseña que no se trata de manejar “casos”, “camas” o “patologías”, sino a seres humanos autónomos con vivencias y circunstancias particulares, con problemas, miedos o dudas que trascienden sus síntomas, que requieren empatía, compasión y responsabilidad dentro de una relación de mutua confianza, integridad y respeto. Aprende a evitar los dogmas, que no hay enfermedades sino enfermos, que hay que desarrollar un juicio clínico acucioso, que debe actualizar frecuentemente el conocimiento y asimilar muy bien la historia natural de una infección para no caer en iatrogenia por el desespero ante la visible gravedad del padecimiento. La investigación científica es el camino al pensamiento crítico, una asignatura vital que no debe faltar en el aula universitario.

La narrativa del ejercicio médico es la de disposición, profesionalismo y compromiso con la humanidad que sufre. Las fantasías heroicas, épicas, angelicales o apostolares sobran, contaminan y hasta perjudican la óptima atención del enfermo, como también son perniciosas la improvisación, la vanidad y la prepotencia. A los médicos no se les puede imponer que se conviertan en personajes trágicos, con destinos predeterminados, para lo cual deben ejecutar hazañas o arriesgar la vida en busca de gloria y aplauso. Varios gobernantes y dirigentes han utilizado arengas de guerra para referirse al coronavirus, pero la Covid-19 no es una gesta militar. Es una distorsión que afecta el ideario colectivo, donde los trabajadores sanitarios terminan viéndose como piezas o soldados, comandados por generales que ganarán méritos en batallas por el ahorro de vidas, mientras paralelamante hablan de bajas y enemigos que necesitan ser aniquilados o exterminados.

Los médicos no actúan con retórica bélica, no van pertrechados para batallas, no obedecen el cumplimiento de órdenes contra un agresor ni van armados con un morral de fármacos que administran según protocolos populistas, para satisfacer a la galería.  El ejercicio médico implica un contrato fiduciario con el paciente, en un ámbito íntimo, privado y respetuoso, pero apegado a las sapiencias contrastadas, a las evidencias publicadas en revistas revisadas por pares y a los datos científicos validados. En una pandemia, para colmo, a los médicos se les suma la ansiedad por obtener información expedita de los resultados de los ensayos y la incertidumbre por la falta de comprobación contundente sobre la eficacia de fármacos empíricos hasta ahora utilizados, con sus potenciales efectos nocivos. El conocimiento no se genera de la noche a la mañana y es a través de un proceso metodológicamente robusto que se protege al paciente.

A las dudas también se añade el estar expuesto a ver cómo, después de continuados esfuerzos, mueren en aislamiento pacientes que poco tiempo antes disfrutaban de una aceptable condición de salud, solos, sin capacidad de comunicarse, despedirse, ni acompañarse de sus seres queridos. Las experiencias tristes y traumáticas que enfrenta el personal sanitario y que naturalmente tiende a borrar para proteger su salud mental y recuperar una vida normal, quedan siempre en el inconsciente, como sombra que modula su conducta individual y social. Un 10% a 20% desarrolla síntomas asociados a estrés agudo, como ansiedad, depresión, insomnio, hostilidad y somatización, unos trastornos postraumáticos que se prolongan por años, a pesar del soporte psiquiátrico.

La ciencia médica ha evolucionado muchísimo a través de la historia. A Galeno, por ejemplo, se le atribuye la siguiente conjetura: “Todos los que beben este remedio se curan en corto plazo, excepto a aquellos que no les ayuda y mueren. Es obvio, por tanto, que esta medicina solo falla en los casos incurables”. Esta sentencia refleja a la perfección la conducta de facultativos inseguros de floja preparación que, desconociendo la progresión natural de una enfermedad, usan múltiples compuestos carentes de evidencia científica sólida para aparentar pericia, con la ventaja de saber que mucha gente prefiere escuchar mentiras reconfortantes que verdades perturbadoras.

El médico moderno, por el contrario, debe asimilar el concepto de que el mejor tratamiento es un buen diagnóstico, que muchas veces no se requiere prescribir una receta para tener éxito, que hay que tener prudencia escolástica para decidir cuando resulta necesario intervenir y que no debe ceder a las presiones de los eruditos sin diploma que abundan en las redes sociales. La ciencia se construye por evidencias, no por complacencias. Para un sinnúmero de infecciones, el arte de la medicina consiste en escuchar y educar al paciente, mientras su andamiaje inmune se encarga de la espontánea curación. Estas sabias actuaciones son, al fin y al cabo, de las pocas que nos alejan de la chamanería…

El autor es médico


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