Un mes de Patria Nueva

Cierta mañana un enfermo aquejado por una dolencia visitó a su médico. La recomendación fue que para recuperarse debía someterse a un largo y doloroso tratamiento. Más tarde el enfermo, sin disimular su angustia, relató a un conocido orador el diagnóstico del galeno. El orador, con un lenguaje grandilocuente, le dijo que el médico quería arruinarlo. Lo convenció de que no tenía ninguna enfermedad y que siguiera su vida normal. Como era lo que quería escuchar, el enfermo rechazó el tratamiento. Por un tiempo le pareció sentir mejoría y abrigó la esperanza de que nada le pasaría. Pero finalmente, como lo había anticipado el médico, murió.

Al trasladar los hechos al campo político, el orador representa al demagogo que busca el aplauso de la población con halagos, adulaciones y mentiras. El médico viene a ser el político honesto que prefiere plantear la realidad, por dolorosa que resulte, aun a costa de su popularidad.

El presidente, Martín Torrijos, en el primer mes de gobierno ha dicho la verdad a los panameños. Las promesas de Mireya Moscoso de propiciar una transición ordenada y colaborar con las nuevas autoridades quedaron en mera retórica. No hubo transición. Torrijos se encontró a partir del primer día de gobierno con la realidad de lo actuado por Moscoso.

Las experiencias de la transición de los gobiernos de Guillermo Endara a Ernesto Pérez Balladares fueron un ejemplo de cooperación, sobre todo en materia de finanzas públicas. En contraste, Moscoso rechazó la colaboración ofrecida por Pérez Balladares y llegó al Palacio de las Garzas con un total desconocimiento de las tareas que le esperaban como gobernante.

Torrijos empezó el nuevo gobierno con una delicada situación financiera que le ha consumido mucho tiempo en organización y le ha restado impulso a las acciones inmediatas. Solo establecer que la realidad del déficit fiscal es superior a los 700 millones de dólares, que se habían borrado del sistema en forma inescrupulosa unos 180 millones de dólares, y que antes de que finalice el 2004 habrá que ajustar el presupuesto general del Estado en unos 170 millones de dólares, ha sido una tarea de enormes proporciones.

Torrijos ha encontrado un país con una extrema anemia política, económica, social, cultural, moral y ambiental. Por eso el nuevo gobierno irrumpe con la premisa de que el Estado no puede estar sometido a la polarización conceptual o ausente del diseño de las políticas públicas. Junto con esa obra de reingeniería de las finanzas públicas, el nuevo gobierno comenzó el proceso de poner en sintonía al país con la realidad nacional y reinsertarlo en el escenario internacional.

Anteponer los intereses del Estado a las internas partidistas o de grupos de presión es parte de los fundamentos del edificio de la Patria Nueva. Para fortalecer la confianza y la credibilidad en las instituciones democráticas, el nuevo gobierno debe promover una renovada ética política, autocrítica, sensible y con conciencia social. Esa neopolítica, ataviada de honestidad y decencia, debe enterrar al lumpenazgo político, cebado por la intriga, la conspiración y la mediocridad.

El panorama del nuevo gobierno está erizado de obstáculos. A una situación social de absoluta inequidad, se suma un sistema de seguridad social al borde del desahucio, un sistema educativo desfasado, un sistema judicial colapsado, un sistema carcelario inhumano y una creciente inseguridad ciudadana. Además están las demandas porque se ponga fin a la impunidad y se castigue a los funcionarios y a los empresarios corruptos, y se acabe con los nichos parasitarios en el sector público.

La población quiere saber, dejada atrás la campaña política, quién es realmente Torrijos y cuáles son sus prioridades, los instrumentos que pondrá en acción para concretarlas y sus grandes objetivos nacionales. El país espera que se dedique a gobernar no en función de una demanda coyuntural permanente, sino trazando proyectos estratégicos acompañados por la inteligencia nacional. El nuevo gobierno debe reorientar las energías y potencialidades de la nación y dejar que la fuerza de los hechos ceda el paso a la porción más sana y mayoritaria del país.

La Presidencia de la República requiere también de los rituales que la sostienen como institución y que establecen la preservación del Presidente como última instancia. Los politólogos rechazan la idea de un Presidente todoterreno, pues representa una agresión al propio gobernante. Delegar y pedir cuentas, reservarse la fijación de las líneas fundamentales del gobierno, el seguimiento a los problemas críticos y construir un núcleo duro de acuerdos políticos, forma parte de la virtuosidad del Presidente que anhelan los panameños.

A gobernar no se aprende en la cátedra universitaria, sino en el Palacio de las Garzas y en una sintonía fina con la gente. Por tanto, es prematuro definir juicios o encajar estereotipos a Torrijos. Tras un mes de empezar la construcción de la Patria Nueva, queda un camino por delante para forjar al estadista, gobernar más allá de las encuestas de popularidad y mantener viva la confianza en la población de que desde el gobierno sí pueden hacerse bien las cosas.


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