Juan David Morgan G. En este mes de la patria es preciso recordar que el 3 de Noviembre de 1903 fue un paso más, sin duda el más importante, en la consolidación de nuestra nacionalidad. Pero ese día ni nació ni terminó de forjarse nuestra nación.
Las primeras pinceladas que empiezan a dibujar la identidad panameña se remontan quizás, al surgimiento geológico del istmo como el sitio más estrecho del continente americano y a la migración hacia nuestro suelo de las primeras tribus indígenas; aquellas que presenciaron con asombro el arribo de las carabelas españolas.
En las agrestes costas del Darién fundan los conquistadores españoles Santa María la Antigua, primer asentamiento hispano en el Reino de Tierra Firme. Poco después, en las montañas de Veraguas, bajo el liderazgo de Urracá, se levantan por primera vez los aborígenes americanos frente al conquistador extranjero, y en las selvas del Darién lanza el negro Felipillo el primer grito de libertad de los esclavos oprimidos. Fue en nuestras playas que el infortunado Vasco Núñez de Balboa se arrodilla al descubrir un océano aún más grande que el que habían atravesado los descubridores del Nuevo Mundo, y desde esas playas, ávidos de oro y fama, se lanzan los españoles a descubrir y conquistar la América del Sur. Así se va forjando la identidad de este pequeño país en el que hoy convivimos.
Con la colonia se perfecciona nuestro destino de país feria de gentío que lo atraviesa sin quedarse, y comienza a perfilarse ese temperamento transitista que desde entonces marca al ser panameño. Pero también surgen en la campiña pueblos con nombres indígenas que se afincan con anhelo de permanencia, pueblos de gente sencilla que se hermanan con la tierra para subsistir juntos, aquéllos que todavía hoy hablan con las mismas palabras que escucharon de labios de sus antepasados y que custodian en sus costumbres los elementos fundamentales de nuestra nacionalidad.
Con el desplome del Imperio español, y en alas del anhelo independentista que recorre la América india, el Istmo se separa de la Madre Patria, decide unirse a la ilusión bolivariana y pasa a formar parte de aquella Gran Colombia que nunca fue. Nueve años después, muerto Bolívar y hecho añicos su sueño, Panamá reclama su independencia, que la Nueva Granada, consciente del valor inigualable de la cintura ístmica, le niega reiteradamente.
Con Justo Arosemena alcanzamos el Estado Soberano para volver a caer, 30 años después, bajo la férula oprobiosa e intolerable del centralismo de Bogotá. La miopía de los gobernantes colombianos, la ambición del nuevo imperio del norte y el sentido de oportunidad de los istmeños de entonces, se conjugan para que el 3 de Noviembre de 1903 Panamá logre su separación definitiva de Colombia.
La República nace con el pesado fardo del protectorado sobre sus espaldas y sin esperar a que la historia comience a escribirse con borrones, los patriotas panameños se entregan a la tarea de librarse de la colonia que como una enorme espina atraviesa el corazón de todos los que nos cobijamos bajo el pabellón tricolor.
Después de noventa y siete años de lucha integral y permanente, los soldados extranjeros abandonan para siempre nuestro suelo, y el siglo XXI amanece alumbrando un país en el que el gentilicio resuena con un nuevo timbre de orgullo.
Pero aquella emoción patriótica que nos hizo vibrar unidos el 9 de enero de 1964 y el 31 de diciembre de 1999 hoy parece desvanecerse. Bajo el agobio de una rutina ciudadana huérfana de anhelos y de ideales comunes, el panameño se ha olvidado de sentir la patria. Sentirla en los versos de nuestros poetas, en las cadencias de nuestros músicos, en las enseñanzas de nuestros pensadores, en las hazañas de nuestros deportistas. Sentirla en la pobreza de nuestros campos, en la miseria que acordona nuestras urbes, en la sonrisa inocente que todavía ilumina el desamparo de nuestros niños.
Sentirla al advertir con tristeza que en lugar de esforzarnos juntos en el logro del bienestar común, hacemos de cada momento de convivencia una oportunidad para la confrontación.
Este mes de la patria es momento propicio de comprender que panameños somos todos los que habitamos este suelo: el hombre que trabaja la tierra en nuestras montañas y el que apacienta el ganado en nuestros valles; el que cosecha el banano, recoge el café y corta la caña; el que navega nuestras costas en busca de peces y moluscos; el que en busca de un sueño imposible improvisa viviendas al margen de la gran ciudad y el que la contempla desde el espejismo de sus rascacielos. Todos somos panameños, y si realmente anhelamos una patria mejor es hora de incorporar nuevamente en nuestro vocabulario la palabra compatriota, porque solamente trabajando unidos lograremos llevarla al sitial que se merece en el concierto de las naciones.
El autor es abogado y escritor
