MALAS PRÁCTICAS

La metáfora de la rana hervida

La metáfora o síndrome de la rana hervida cuenta que si uno tira una rana dentro de un recipiente con agua caliente, esta inmediatamente salta fuera; pero si le ponemos en agua fría que calentamos gradualmente, muere sancochada.

La metáfora guarda valor ante muchas situaciones; tal como el caso de las malas prácticas que a diario apadrinan muchas “autoridades” a través de sus subalternos, tales como los cateos sin que medie causa probable justificada.

El fin de semana del 9 de enero pasado observamos a unos policías en las playas de Taboga que conminaban a los bañistas a abrir sus hieleras para verificar si dentro tenían bebidas alcohólicas, lo cual es flagrante violación de los derechos de presunción de inocencia; y quien desconoce sus derechos los pierde. Tanto nuestra Constitución como el Artículo 9 de la Declaración Universal de Derechos Humanos establecen rotundamente que “nadie podrá ser arbitrariamente detenido, preso ni desterrado”.

Luego, algunos familiares y amigos que vinieron en las lanchas desde Amador, nos contaron que en el muelle les hacían abrir sus maletas y hieleras. También vimos como en Taboga detenían a un par de turistas por haberles encontrado vino en sus maletas y les reprendían públicamente por el irrespeto a la fecha. Los agentes están cometiendo delito para investigar la posible comisión de una falta. ¡Es aberrante!, y así vamos allanando el camino a una nueva dictadura.

También es el caso de los retenes de tránsito en dónde se comete el delito de coartar el derecho de libre tránsito justificando que se investiga la posible comisión de una falta; la de licencia vencida.

También alegan que los agentes de tránsito son policías y que esos retenes, que no los ordena autoridad competente, tal como manda la Constitución, son fructíferos.

La moraleja sería que el fin justifica los medios.

Un joven que vive en San Felipe, que es el único que tiene trabajo formal entre sus amigos y familia, le tiene mucho más miedo a los policías que a los miembros de las bandas de su barrio; miedo que emana por los constantes abusos a que es sometido por quienes están para evitar abusos.

Hace un año me acusaron por colisión y fuga. Resultó ser que el remolque de mi embarcación colisionó y se dio a la fuga. De nada valieron explicaciones y fui condenado, tal como ya me lo había advertido mi abogado diciéndome: “no les importa”. Apelamos y como también me lo advirtió, volvieron a fallar en contra.

Le conté a un magistrado de la Corte Suprema quien dijo algo como: “te tocó ser víctima de nuestra injusticia”; una situación que viven cientos de ciudadanos todos los días.

¿Cómo podemos hablar de “seguridad” cuando así anda nuestra justicia?

Si en Panamá queremos resolver el problema de la inseguridad, debemos depurar las instituciones.

No necesitamos más policías y agentes de tránsito y tal, sino mejores instituciones, mejores agentes, y más justicia.

Recién me pusieron mi primera boleta de tránsito en más de 50 años de manejo y para mi tristeza fue en una trampa de velocidad. ¿Para qué montar trampas cuando los infractores consuetudinarios abundan?

¿Qué pasó con las licencias “inteligentes” con las que se podía amonestar?

El asunto no está en resolver el problema vial sino en boletear por boletear. A nuestros agentes no les satisface estar donde están los verdaderos problemas viales sino montan trampas como si fuesen pescadores haciendo pesca indiscriminada a fin de llenar su cuota.

Luego me tocó ir a pagar y fue un via crucis que demuestra el poco respeto que tienen los funcionarios a los ciudadanos.

Como jamás había ido a pagar una sanción, le pregunté al agente dónde se pagaba. “¡En la boleta dice!”.

El primer día me paseé por toda la ciudad para enterarme que los sitios que dice la boleta no son.

El segundo fui hasta Pedregal y un joven, de varios que tenían camisetas iguales, negras con listones amarillos, como los del tránsito, me estacionó. ¡Genial!, pensé, al menos hay orden y ayuda; pero al bajarme el joven me pregunta: “¿a dónde va?”. “A pagar una boleta de velocidad”. “Deme el dinero que yo tengo mi contacto y le cuesta la mitad”. “¿Cómo así?” “Es que le borran la boleta del sistema”.

No le hice caso y entre para formar fila, sólo para que me dijeran que la boleta no estaba registrada.

Otra fila para registrarla, en dónde desahogué con varios ciudadanos airados por el maltrato. Uno de ellos, a quien le conté que era mi primera boleta en 50 años me dijo: “deberían condecorarlo y no sancionarlo”; pero estos señores no entienden que se logra mucho más con incentivos que con castigos.

¿Son estos los funcionarios que tienen el derecho moral de sancionarnos, mientras que en las calles los desordenados son reyes?


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