Desmond Morris no solo es un célebre autor de bestsellers. Morris, nacido en Inglaterra en 1928, es, además, todo un personaje.
Zoólogo, etólogo, pintor, cineasta, escritor, pediatra, aficionado al fútbol (ha sido vicepresidente del club Oxford United), viajero y educador de macacos, se parece mucho a eso que llaman “un hombre renacentista”.
En su caso, sin embargo, habría que hablar de “un hombre surrealista”, porque en materia de pintura es, quizás, el último discípulo de esta escuela. Fue amigo de Joan Miró y expuso con él hace medio siglo, cuando Miró ya era mayor y Morris no pasaba de ser un sardino de 22 años. Ahora mismo sigue pintando cuadros que son leales como ejemplares del estilo que anduvo en boga hace siete décadas.
Aunque ha realizado no menos de 30 exposiciones, a Morris se le conoce más como escritor de divulgación científica que como pintor. Ha dirigido, adicionalmente, numerosos cortometrajes para cine y televisión sobre la conducta del ser humano y el comportamiento animal. Homo sapiens, monos, perros y gatos han sido su principal preocupación y su mayor éxito. En 1967 publicó el libro que lo haría famoso, El mono desnudo, del que se han vendido más de 10 millones de ejemplares en veintitantos idiomas. Se trata, como muchos saben, de un sólido estudio científico escrito en lenguaje ameno y claro, sobre los nexos cercanos entre el ser humano y el mico.
(En este punto quiero anotar, entre paréntesis, que este fascinante libro de Morris debería circular mucho más, porque es aterrador el grado de ignorancia de la mayoría de la población sobre el origen del hombre. En Estados Unidos, por ejemplo, dos terceras partes de los ciudadanos piensan que Dios creó a Adán Eva y de allí venimos todos tan sabrosamente, sin etapas intermedias y sin la presencia de antepasados peludos parecidos a Chita).
Para sacar conclusiones sobre el simio y sus primos hermanos, que somos nosotros, Morris vivió durante años con chimpancés, e incluso les enseñó a pintar.
Uno de sus hallazgos es que los micos tienen un sentido básico del color y de la línea. El picasso del grupo de monos artistas de Morris es ‘Congo’, un chimpancé que hace poco vendió en una subasta londinense tres cuadros de su caletre por 30 mil dólares.
Hace algunos años Morris lanzó su último libro. El nuevo volumen es una versión femenina de El mono desnudo y se titula La mujer desnuda. Pero podría haberse llamado La mona desnuda, lo cual habría agregado un poquito de morbo, ya que los caballeros las prefieren rubias, excepto el autor de estas líneas, que confiesa su intensa predilección por las morenas.
No sobra comentar que en mi país se llama mono o mona al rubio o rubia, así como en Venezuela se les dice catires y en México los llaman güeros.
Se trata de un ensayo científico y fisiológico o, como dice Morris, “una exploración del cuerpo femenino hecha por un hombre que adora a las mujeres y que examina sus cuerpos de la cabeza a la punta de los pies”.
El autor no solo venera a las señoras, sino que además se define como feminista. Llegó a la conclusión de que esa era su militancia cuando, en sus viajes alrededor del mundo, descubrió el grado de menosprecio con que se humilla a la mujer en muchos países. Morris afirma que “en las tres cuartas partes del planeta la mujer vive aún en condiciones precarias y se la trata como ciudadana de segunda clase, cuando la igualdad es un derecho genético”. En estos tiempos en que el respeto por las ideas religiosas se confunde a veces con la aceptación de conductas absurdas y prácticas bárbaras, Morris tiene el valor de denunciar ciertas culturas musulmanas donde, dice, “la mujer se ha convertido en propiedad privada del marido”.
Como yo soy también feminista decidido y fiel lector de Morris, no dudo en recomendar a La mujer desnuda. Con seguridad, es mejor en que el mono en condiciones parecidas.