VIDA COTIDIANA.

La mosca guardada

No sé cómo funciona la mente de otras personas, pero la mía parece no descansar mientras estoy despierta. Los estudios indican que el cerebro mantiene su actividad incluso cuando dormimos, lo que explicaría los sueños que a veces logro recordar. Cuando mis neuronas no están dedicadas a problemas (reales o imaginarios) o a reflexiones serias, se ocupan en pensar en divertidas y curiosas nimiedades; por esa razón creo que no logro poner "la mente en blanco", algo que dicen que es bueno para descansar el cerebro. Cuando estoy en el auto en medio de un embotellamiento o en espera de que el médico me atienda (poco puntuales), las neuronas se ponen juguetonas y pienso en boberías, como por ejemplo qué hizo que alguien inventara algo tan práctico como el velcro, o el scotch tape, nombre que le ganó la batalla a "cinta plástica transparente engomada" largo nombre que insistía en usar una de mis profesoras de español. No le meto cerebro a cosas complejas como la capacidad de almacenamiento de los chips de las computadoras ni a si hubo vida en Marte.

Debajo de un aguacero me pregunto porqué se llama aguacero (que de cero, nada) a la torrencial descarga de agua que nos cae de las nubes, y sobre la genial idea de inventar el limpia parabrisas; y viendo a la gente correr bajo la lluvia, me parece buena idea inventar anteojos con limpia-vidrios (como los de los autos, pero muy pequeñitos) para los que usan anteojos. Otro invento del que me he ocupado cuando no había nada importante en qué pensar es la cremallera, palabra desconocida y de poco uso, reemplazada por zipper. ¿Ha pensado alguna vez en la cantidad de situaciones que ha creado y que también ha resuelto? ¡Qué cosa tan angustiosa para un caballero que se le rompa el zipper del pantalón; o que se trabe, que ni para arriba ni para abajo, en el vestido de una señora que fue al baño de damas a "empolvarse la nariz"; y más angustia si afuera la espera su caballero, mientras ella trata desesperadamente de acomodar los impertinentes dientecillos del zipper.

Hay inventos que me deslumbran, que considero maravillosos. Entre esos el avión, toneladas de metal que logra transportarnos en cuestión de horas a un punto al que a pie tomaría semanas o meses llegar. También me asombran más allá de lo descriptible, el teléfono, la televisión, la internet, una cirugía del cerebro que se hace entrando por la ingle. Pero como son asuntos muy complejos para mi escasa formación científica y tecnológica los desecho y me distraigo con asuntos menores. ¿Han pensado alguna vez, como yo, lo práctico que es que una pelinegra llegue al mostrador de la farmacia o el supermercado y en cuestión de una hora se convierta en refulgente rubia o vistosa pelirroja gracias a una botella de tinte?

Los pañales desechables, enemigos mortales de Madre Natura, son aliados invencibles de las madres; mantienen secos a los niños, los pisos, los muebles, y lo mejor de todo, que protegen de catástrofes "mayores". Cuántos paseos no se estropearon porque nadie se acordó del abrelatas o el destapador de botellas; ahora, con un simple tirón a la orejita que se les fabrica a las latas, o un giro a la rosca de la botella, asunto resuelto. ¿Alguien recuerda los bloques de hielo para los paseos y las fiestas? ¡Ah, y que no faltara el punzón!

El hielo en bloques y el punzón desaparecieron, pues hasta el "chinito" más remoto vende hielo en cubitos. Las nuevas generaciones, que nacen con la computadora al pie de la cuna, no pasaron por la etapa de las máquinas de escribir (recuerdo la Underwood en la que aprendí a teclear); no saben del suplicio que era corregir, a punta de borrador, los errores en varias hojas de papel con copias hechas gracias al papel carbón; y la maña que había que darse para que las palabras corregidas volvieran a coincidir en todas las páginas, una proeza más difícil que cruzar el Canal de la Mancha a nado o sobrevivir la escalada del monte Everest. Si hoy pide a una secretaria joven una hoja de papel carbón, si acaso sabe de qué le habla, la mirará como un ejemplar a punto de extinción, rara avis en el mundo secretarial. Un clic con el dedo liquidó el papel carbón.

Pero entre bobería y bobería suele cruzarse algún pensamiento serio. El nudo gordiano que se armó por el desorganizado y mal planeado cierre de parte de la Transístmica, consumió buena parte de la tarde que pasé atrapada en mi auto. Molesta, no estaba para pensar en tonterías sino en asuntos de peso; en porqué la Autoridad del Canal de Panamá no ha dicho ni pío (creo) sobre la ley que permite usar, para fines comerciales (torres de cemento, tala de árboles, destrucción), buena parte de tierras en la cuenca hidrográfica del Canal; y si será cierto, como me dijeron, que requete seguros de que la ley sería aprobada hay empresarios que tienen todo listo para arrancar con la devastación. La fea mosca de la suspicacia volvió a revolotear en mi cerebro, pero como la fila de autos empezó a moverse, guardé la preocupación y la mosca en la gaveta de "Pendiente". El Carnaval había empezado.


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