En los años 50, 60 y 70, las dictaduras de derecha e izquierda y los poderosos en América Latina, se caracterizaron por asesinar a los adversarios políticos o ideológicos, para resolver la oposición a sus gobiernos o a sus ideas. Esta práctica creó una cultura de lucha por el respeto a la vida y a la integridad física, que tuvo su clímax ideológico en la lucha de "las madres y abuelas de la Plaza de Mayo" en Argentina, campaña que se reprodujo en todos los países de nuestro hemisferio.
Los posteriores juicios contra los antiguos todopoderosos de nuestro "bestiario tropical", al decir de Vargas Llosa, por los desaparecidos y las violaciones a los derechos humanos, torturas físicas y psicológicas, provocaron una nueva cultura de respeto a la vida por parte de las autoridades y de los poderosos de nuestros países. Entonces, ¿cómo el poder dirime hoy sus diferencias? ¿en los tribunales? En parte sí, pero en gran parte no.
Con el resurgimiento de nuestras democracias latinoamericanas florecientes, pero débiles institucionalmente, surge la tendencia de dirimir en los medios de comunicación las diferencias políticas, sociales y económicas. Entonces se consolida la estrategia de la "muerte moral", y esto es a través de la estigmatización y destrucción de un sujeto adversario, culpable o inocente (esto no importa mucho) a través de una campaña mediática de hechos ciertos, falsos o tergiversados. Se logra reducirlo a zozobra y angustia a él y a su familia. Colocarlo en muerte moral les ahorra los inconvenientes del homicidio, pero les garantiza que el sujeto atacado será un ciudadano sumiso y temeroso o un muerto moral.
El muerto moral sigue caminando, comiendo, trabajando, pero está espiritualmente destruido por el todopoderoso trabajo del medio calumniador. Antes se daba la desaparición física del sujeto, pero ahora los adversarios son y serán doblegados o asesinados impunemente en su moral, hasta el punto que se extinguirán en vida ellos y sus familias hasta desaparecer de la escena social. Pero no solo desaparece el muerto moral, también desaparece la oposición al poderoso que controla un medio de comunicación potente, pero inescrupuloso.
A nadie le gustará ser el próximo muerto moral, así que el debate de ideas sufrirá importantes bajas para cualquier contienda futura contra los que esgriman con idoneidad exquisita esta nueva forma de dictadura bestial. La libertad de prensa es con responsabilidad, pero el poder no conoce de responsabilidad, además el poder no es un asunto de periodistas (los periodistas profesionales usualmente no calumnian). El poder es un asunto de los dueños de medios, que no son periodistas.