Celebro la ley que reconoce las lenguas y los sistemas fonéticos y gráficos de siete etnias aborígenes de nuestro país. Es un paso importante para echar abajo esa barrera de discriminación que se ha montado contra esas culturas y sus protagonistas. No se castigará a los niños por hablar su lengua materna.
Aunque se ha intentado desde hace 40 años, no se ha conseguido implantar, en forma integral y sostenida, un sistema bilingüe en las comarcas.
Son ocho los pueblos aborígenes que poseen sus propias lenguas: Ngäbe, Buglé, Kuna, Emberá, Wounaan, Naso Tjerdi y Bri Bri.
Panamá es un Estado multicultural y multilingüe. Usamos 20 lenguas. La española es la lengua predominante. Se emplea el inglés, el árabe, el mandarín, el hebreo, el coreano. Esa situación es propia de nuestra posición geográfica.
Los niños de Kuna Yala han empezado a cursar su educación inicial en su lengua nativa y en español. Los contenidos desarrollan la expresión oral en ambas lenguas.
Los relatos de la cosmovisión y el hábitat kunas son expuestos y reconstruidos en la lengua materna y después son estudiados en español, estableciéndose las correspondientes analogías y diferencias.
Con el aprendizaje y dominio de la lengua materna, se robustece la capacidad para entender otras lenguas y se fortalece la autoestima. Tenemos una deuda con nuestros grupos aborígenes por haber demorado la educación bilingüe intercultural. En la medida en que ellos desarrollan sus sistemas heredados de comunicación lingüística podrán aprender y desarrollar la lengua española, en la que se ha organizado la nación y aquella que une a esta comunidad multirracial e intercultural.
El 26% de la población de 9,000 estudiantes participa en el programa, que empezó en 2006.
Faltan educadores bilingües. La mitad es de origen kuna y la otra corresponde a maestros hispanoparlantes de distintas provincias del país, sobre todo de Veraguas.
Muchos kunas han sobresalido y sobresalen en diversas esferas, si bien han tenido que desarrollar sus talentos en una lengua que no es nativa para ellos.
Nuestro país tiene un compromiso con sus culturas aborígenes, que tanto han aportado a la cultura y espiritualidad patrias, y en cuyas regiones existen vergonzosos índices de pobreza y miseria. Ese compromiso pasa por el respeto a sus lenguas nativas, que encierran una cosmovisión y una forma de ver el mundo, más allá de la representación gramatical y lingüística.
Por ignorancia y/o desprecio, se ha extendido la idea de que son superficiales dialectos las lenguas que esas comunidades han desarrollado durante siglos, con su fonética, morfología, gramática, sintaxis y léxico diferenciados.
Un dialecto es la característica particular con que una comunidad ejerce una lengua determinada. La versión panameña del español, la manera en que los terrícolas de este país hablamos, es un dialecto. Son lenguas –sistemas sofisticados irrepetibles y diferenciables– el kuna, el emberá, el ngöbe, el buglé, el wounán.
El que los infantes kunas estén conociendo en la escuela las interioridades de las lenguas kuna y española deben llenarnos de regocijo y de optimismo.
