Barack Obama acaba de cumplir con un saludable rito, que también es un mandato legal, al divulgar, el pasado jueves, la Estrategia Nacional de seguridad de Estados Unidos.
Sus 52 páginas marcan un estimulante cambio en la visión y prioridades que había articulado su predecesor, George W. Bush, en documentos similares de 2002 y 2006. El activismo unilateral del Presidente republicano, sus suspicacias sobre el derecho internacional, su énfasis en una capacidad de proyección militar que parecía casi ilimitada, y el carácter de virtual “cruzada” que otorgó a ciertos objetivos y tácticas, han quedado atrás. Ya habían sido suavizados y matizados, con sentido de realidad, por el propio Bush y su secretaria de Estado, Condoleeza Rice, y modificados por Obama y Hillary Clinton.
Por esto, la nueva estrategia no es una revelación; tampoco un instrumento que permita predecir, con minuciosa exactitud, la conducta estadounidense. Sin embargo, sí tiene importancia real, porque ubica en un marco estratégico coherente los cambios ya en curso, expone con claridad una inteligente “lectura” del mundo, establece las bases éticas, conceptuales y analíticas de su abordaje, y aclara los objetivos y prioridades para la acción.
“Debemos impulsar una estrategia de renovación nacional y liderazgo global”, escribe Obama en su introducción. Y esta visión se articula en propósitos como los siguientes:
1. Revitalizar y ahondar las fortalezas propias para fortalecer el liderazgo mundial.
2. Adaptar la arquitectura de las instituciones y alianzas internacionales, así como sus herramientas de acción, al mundo “como es”, pero con el propósito de incidir en cómo “debería ser”.
3. Reconocer la importancia de los valores y, a la vez, actuar con el pragmatismo que imponen los desafíos fácticos.
4. Apostar a la diplomacia, la cooperación, el desarrollo y los compromisos multilaterales, pero sin renunciar a la fuerza cuando sea indispensable.
5. Tener conciencia de que los retos de seguridad están tanto dentro como fuera de las fronteras, y que se refieren a ejes bilaterales o regionales, pero también a realidades y tendencias globales. Entre estas: el ambiente, la seguridad nuclear, el terrorismo, el comercio internacional, los desastres naturales y las pandemias.
Aunque la estrategia parte de que Estados Unidos posee un liderazgo y poder inigualados, reconoce que “ninguna nación, no importa cuán poderosa sea, puede abordar sola los desafíos globales”.
Ese abordaje toma en cuenta dos grandes conjuntos de factores. Uno corresponde a los riesgos inminentes. Allí están, en primer lugar, Al Qaeda y sus aliados terroristas; Afganistán y Paquistán, sus mayores centros de operación, y Yemen, Somalia y la región del Magreb, sus santuarios. También otorga particular importancia a la “transición” en Irak y a los riesgos nucleares que plantean Corea del Norte e Irán.
El otro conjunto se refiere a las nuevas realidades y tendencias mundiales, a nuevos centros de poder, y a oportunidades y riesgos de dimensiones –y responsabilidades– globales.
La alianza con Europa se mantiene como piedra angular de la seguridad estadounidense y la estabilidad mundial. En Asia, destaca los profundos y tradicionales nexos con Japón, Corea del Sur, Australia, Filipinas y Tailandia. En el Medio Oriente, pone casi al mismo nivel sus relaciones y compromisos de seguridad con Israel y los nexos con aliados árabes clave: un cambio de evidentes implicaciones.
Además, da particular importancia a otros “centros de influencia” del siglo 21: China en primer lugar; también Rusia e India, seguidos por los principales “emergentes”: Brasil, Indonesia y Sudáfrica.
En América, destaca su estrecha vinculación con Canadá y México, da la bienvenida al “liderazgo” brasileño, omite la mención de riesgos, y alaba los nexos de comercio, la interdependencia energética y el compromiso con la democracia y el estado de derecho. Pero nada más.
Es decir, América Latina y el Caribe, como regiones, ocupan un modesto lugar en el documento.
No se trata de desdén, sino de reconocer la realidad. Porque, para bien o para mal, en el mundo “como es” nuestra huella es modesta.
