Hace un tiempo escribí sobre la vida de una célebre niña que, en mi juventud, representaba una pícara expresión de rebeldía. Recuerdo que su espíritu indomable se reflejaba en su persistente negativa a tomar sopa.
Mafalda representó a una generación que odiaba el totalitarismo y que creía en un mundo mejor. Sus ocurrencias estimulaban la imaginación a través de una vida que crecía con el compromiso de denunciar las injusticias.
Hoy Mafalda cumple 40 años y la realidad del mundo no ha cambiado sustancialmente. A diario la pobreza extrema nos acosa, y como sociedad global afrontamos una grave crisis de los principios que en otras épocas eran caros a la humanidad.
El imperio irracional de los medios de comunicación ha generado un vacío donde la verdad se pierde y donde el pudor se confronta con el interés comercial.
El mundo de hoy no produce ilusiones, sino ambiciones virtuales y la vida pierde su valor en medio del recrudecimiento de los fundamentalismos.
Se siente la aparatosa ausencia de la rebeldía juvenil y, poco a poco, se está perdiendo la posibilidad de disfrutar de una sociedad más incluyente.
Para modificar ese desalentador panorama, debemos defender los valores fundamentales de la raza humana.
Debemos preservar la integridad de la naturaleza y del ser humano. No podemos aceptar que el mundo se destruya lentamente por la irracionalidad de los intereses creados y menos podemos consentir que persista ese statu quo que reproduce un infinito océano de pobreza e iniquidad.
Los seres humanos debemos cambiar. El ejercicio de la solidaridad bien entendida debe propender a producir las oportunidades para que todos puedan obtener un modo de vida decoroso.
No creo que el llamado "conservadurismo compasivo" produzca los cambios que requiere la humanidad, como tampoco acepto que el populismo pueda construir una sociedad mejor. La gente tiene que organizarse para hacer sentir su voz, bajo la divisa que indica que todos somos responsables por el futuro de la humanidad.
En el campo institucional, es importante cimentar la democracia de tal manera que nuestra convivencia societaria sea el resultado del querer de las mayorías. Debemos entender que la democracia no debe significar, solamente, el ejercicio del voto sino el camino para construir, entre todos, una realidad diferente.
La democracia debe producir más salud, más trabajo y más educación para que cada cual, dentro del ámbito de la democracia liberal, tenga las herramientas para progresar.
La economía globalizada debe persistir, pero con una visión más ajustada a las realidades de los diferentes pueblos. Si se quiere la mundialización de la economía, se deberá luchar por iguales reglas para todos. No puede ser que los países poderosos clamen por la apertura de nuestras economías, pero ellos mantengan las suyas protegidas.
Abatir la discriminación es otra meta global. No pueden mantenerse por más tiempo las odiosas diferencias de género, institucionalizadas en algunos países, o los absurdos resentimientos raciales. Luchar por un mundo incluyente significa mejorar la capacidad de participación de los sectores marginados, mediante el desarrollo de la educación para que estos tengan oportunidades reales.
Los medios de comunicación deberán ser escuelas de valores y no vehículo de las negatividades. Si la sociedad mediática persiste en anteponer sus intereses económicos a los de la población, no podremos controlar nuestro destino porque siempre estará vigente la cruel distorsión de la realidad y la promoción de la decadencia.
Coincido con Mafalda que siempre concluyó que para entender al mundo a veces hay que mirarlo con la óptica sincera y angelical de la niñez. Necesitamos ser más cuestionadores para que siempre aflore la verdad. La raza humana debe entender que es imprescindible que participe en la vida cotidiana para lograr que las decisiones sean más eficaces.
Ojalá vuelva Mafalda con su sinceridad y su rebeldía. Su ejemplo nos hace sentir que es posible un mundo diferente.
El autor es abogado
