Lo he pensado largo y tendido y, lejos de trivial, el tema me parece muy congruente, necesario en eso de explicar la idio(tez)sincrasia de toda la generación de jóvenes que votaron por Martín.
Pertenezco a la Generación X, los felices renegados de entre 1965 y 1976. Fuimos coloreados con matices de guerras televisadas, betamax, loncheras de metal y toda una nueva fauna: doberman, macho e' monte, dictadores, pitufos, alacranes y el temidísimo hábeas corpus.
Pensé entonces que algún elemento relevante en nuestra crianza nos proporcionaba con esa feliz dicotomía pendejo/guerrero tan característica de nosotros y nuestros héroes de las cómicas. Encontré ese vínculo en la cocina de la infancia, el grito de tu madre y la mía, el consabido "Fulano, tómate la crema".
¡Ese era el vínculo! La rica, nutritiva y siempre calentita crema de maíz que mi madre me zampaba todas las mañanas en el desayuno, la ración que me mandaba en el termo "pal' recreo" y las sobras que me esperaban en forma de chicha cuando regresara de la escuela.
Ya los niños no son como antes... ahora matan a sus compañeritos o se matan de hambre, sufren de hiperactividad o "tienen conflictos emotivos". La generación X no está exenta de tensiones, pero algo en nosotros quiere defender a toda costa la dignidad humana, los derechos de todos y esa "libertad" utópica que aún hoy soñamos. Somos niños fuertes, macheteros, humildes, auto-centrados pero alertas, militantes, guerreros, soñadores: Vimos a los hijos de África morir de hambre, vimos murallas y dictadores caer. A nuestros padres clamar de impotencia en las calles para luego abrazarnos, la noche del 20.
Decía mi madre que para que la crema sea sabrosa hay que ponerle un poquito de sal, vainilla y canela; que había que comerla caliente o fría, nunca tibia porque no sirve.
Algo de esa sabiduría pasó de la crema a cada uno de nosotros: esta vida no es rica sin la sal del sudor, hay distintos tipos de dulzores, el azúcar del amor, la pasión de la canela, lo espiritual en la vainilla. Medias tintas no existen, o estás conmigo o contra mí. Y, tómate la crema. No sea que te conviertas en esos niños que desayunan Frankenberry, se desmayan cuando cantan el himno y votan por los hijos de padres que hicieron de la tortura y la demagogia una forma de vida.
