Hace no mucho, un malvado sátrapa de Kabul notó que Abu Amed al-Kuwaiti, gran visir del califa Osama, demostraba gran agitación.
Le preguntaron el porqué, y el hombre le rogó a su califa: “Déjame ir de Afganistán, que he visto a la muerte mientras cruzaba la plaza esta mañana”.
“¿La muerte?”, preguntaron, alarmados, califa y sátrapa.
“Sí. Le tocó el hombro a un tipo y la reconocí, y bajo su shalwar kamiz, asomaban ropas made in USA y me miró fijo, y te juro que me busca”.
“¿La muerte?”. “Sí, te digo. Por favor déjame coger un jeep e irme a Pakistán, a Abotabad”.
Así que el sátrapa instó a su huésped, el califa Osama, a marchar con Amed.
Pero el sátrapa, curioso, se disfrazó y salió de su guarida, rumbo a la plaza. Amed no se había equivocado. Buscó con la vista a la muerte: Pasaba desapercibida, rozando con el dedo el hombro de un hombre que cargaba un fardo, esquivando a una niña que corría hacia ella. El sátrapa se dirigió hacia la muerte. Esta, a pesar del disfraz, lo reconoció al instante y se inclinó en señal de respeto.
El sátrapa aprovechó y le susurró: “Mi huésped Amed es aún joven y vigoroso, ¿por qué habría de temerte? Esta mañana, cuando lo tocaste, casi desfallece del susto”. La muerte le contestó: “Me extrañó verlo aquí. Y es brevemente, tengo cita con él en Abotabad”.
El cuento original, por supuesto, no protagoniza a Osama bin Laden ni a Abotabad.
La historia original es una milenaria fábula persa, y según versión, alterna el nombre de dos ciudades para la cita con la muerte: Samarra (Irak) y Samarcanda (Uzbequistán).
Se atribuye su primera redacción al poeta Farid al-Din ‘Attär, cuyos restos yacen en Nishapur (Irán) cerca de los del gran poeta persa Omar Jayam, conocido por su Robaiyyat.
W. Somerset Maugham la presenta en un cuento Una cita en Samarra, narrado por la muerte; asimismo, el escritor estadounidense John O’Hara toma la idea de Maugham para su homónima novela, en que se basó el guión de Butterfield 8. Elizabeth Taylor ganó un premio Oscar por su rol de Gloria Wandrous en el largometraje.
Pero lo cierto es que la muerte nos llega a todos y –aparte de un puñado de astronautas– nadie sale vivo de aquí. Por más que bin Laden desafió a sus enemigos, los “infieles” podridos y corruptos, finalmente lo alcanzó uno de nombre parecido, por cuyas venas también corre el islam.
Por más que el predecesor de Obama recorrió Afganistán; por más que con característico déficit atencional se desvió a Irak et al, et ad nauseam, finalmente la muerte alcanzó a Osama. Y la muerte, y el flemático Obama, finalmente lo encontraron, si bien no enSamarcanda.