Miles de personas inocentes fueron ajusticiadas durante la inquisición cristiana por delitos de rebeldía intelectual o religiosa. El fortalecimiento de otros monoteísmos, la conquista de derechos humanos básicos, la modernización de la bioética y la libertad de expresión por medios de comunicación contribuyeron a abolir los métodos sangrientos utilizados para sofocar disidencias. Debemos admitir, sin embargo, que la humanidad todavía fracasa en el Oriente Medio, donde integristas musulmanes reproducen pretéritas barbaries y ejecutan actos de terrorismo santo contra “infieles” al islamismo. Por centurias, los recintos escolares han sido empleados por tiranías y templos para adoctrinar en valores morales, supuestamente emanados de dogmas bíblicos, interpretados a conveniencia por los ostentadores del poder y la verdad.
La emancipación de la mujer, la proliferación de libres pensadores y la búsqueda de sociedades más justas han desafiado tradiciones, reduciendo protagonismos machistas. Como consecuencia, los eternos adalides de sometimiento, miedo y engaño han diseñado una estrategia inquisitoria diferente. El reciente rechazo al proyecto de salud sexual y reproductiva delata, de cuerpo entero, a la nueva inquisición. Debido a que los claustros místicos están perdiendo membresía, los jóvenes actuales son cada vez más universales y los hermetismos doctrinarios palidecen ante la globalización del conocimiento, las huestes fanáticas se valen de tácticas conspirativas para recobrar vigencia. Tres mecanismos han empleado para privar a nuestra sociedad de una ley de avanzada social.
Por un lado, la jerarquía católica buscó la ayuda monetaria y militante de numerarios del Opus Dei y feligreses ruidosos para comprar la conciencia de periodistas y diputados compinches. Por el otro, se aliaron a corrientes cristianas protestantes, tradicionalmente más beligerantes e intolerantes, para asegurar proselitismo en su favor. Lutero debe estar convulsionando en su tumba. Por último, aprovecharon el antagonismo entre gobierno y cúpulas sindicales para sumar opositores. La posición de la dirigencia gremial médica, además de lamentable, representa otro golpe bajo a la salud pública nacional. La falta de principios y escrotos en los integrantes de la subcomisión de la Asamblea resultó vergonzosa, al anteponer interés electorero a bienestar de la población.
Martinelli, mal asesorado, y Varela, mal iluminado, se apresuraron en desacreditar un proyecto valioso y perfectible que hacía justicia al clamor de una amenazada muchachada por estar bien informada. Creo capaz a Martinelli de enmendar su rumbo. Solo tiene que calzarse, con autenticidad, los zapatos de ese pueblo marginado de educación y salud de calidad. Así, entendería mejor las razones de las mujeres que abortan de forma clandestina, de las niñas que se convierten en madres sin haber acabado de jugar con muñecas o de los adolescentes que adquieren infecciones sexuales graves que coartan destinos dignos. La afinidad de Varela por las directrices de la Universidad de Navarra, bastión académico de la obra, hace presagiar que su presidencia, por fortuna improbable, sería nefasta para el futuro de nuestra juventud.
La patética decisión de detener el debate legislativo tendrá graves consecuencias. Las cifras de la vergüenza son espeluznantes. De los estimados 12 mil abortos que ocurren cada año, al menos 4 mil (más de 10 al día) son provocados; cerca del 20% de todos los embarazos acontecen en adolescentes; casi la mitad de las gestaciones no es deseada y muchos de los vástagos resultantes ingresan, después, a las filas de delincuencia, drogadicción, abuso sexual, violencia doméstica y círculo de pobreza; se calcula que 20 mil ciudadanos son portadores del VIH y una tercera parte de la población sufre o ha sufrido infecciones de gonorrea, sífilis, herpes genital o papiloma.
Lamentablemente, la vasta mayoría de estos problemas se suscita en niños humildes cuyos padres, por ausencia, pobre escolaridad o hacinamiento demográfico, no pueden criarlos adecuadamente. Las repercusiones no afectan a las criaturas del Club Unión, las de Costa del Este o las que tienen padres presentes, casados y educados, sino a las que forman el 80% de la niñez restante. Han legislado para esa minoría privilegiada que no requiere ayuda estatal. Peculiar manera de hacer política y religión. Aplaudo la iniciativa asumida por el Ejecutivo por dotar a Panamá de uno de los mejores programas de vacunación del mundo y por los esfuerzos para minimizar hambre y enfermedad en comarcas indígenas. Doy las gracias en nombre de esos chiquillos, habitualmente olvidados por los que vivimos mejor. Me frustra, empero, saber que quedan dos urgentes asignaturas pendientes, la unificación del sistema sanitario y la aprobación de una ley de salud sexual y reproductiva. Sin estos dos vitales componentes, los objetivos del milenio seguirán siendo quimera.
Es muy fácil saber cuando uno está enfermo, pero muy duro asegurar cuando uno está sano. Será, aún, más difícil, si dejamos que la salud pública esté en manos de pastores y moralistas. Ellos deben, únicamente, dedicarse a la espiritualidad. De sus seguidores, por supuesto.
