BERLIN, Alemania. Quien piensa en el director de cine Billy Wilder y la ciudad de Berlín, recuerda casi con seguridad los hechos en torno al rodaje de la película Un, dos, tres, con James Cagney y Horst Buchholz, porque esta comedia se filmó en 1961, año de la construcción del Muro de Berlín, y se refería precisamente a la problemática este-oeste en la dividida capital alemana.
Pero el director fallecido ha estado ligado a Berlín mucho más allá de esa película. Viví en Berlín, trabajé allí como reportero de un diario y estoy obsesionado por esa ciudad, solía decir, y agregaba que todavía recordaba de memoria el número telefónico de una muchacha berlinesa amiga, Pfalzburg fuenfdreiunddreissig (Pfalzburg cinco treinta y tres), decía con una sonrisa de pícaro.
Cada vez que estoy en Berlín, me palpita el corazón. Es una ciudad muy excitante, incomparable con otras, quizá con Nueva York, dijo en 1993, cuando estuvo en Berlín como invitado especial de la Berlinale y cuando visitó la tumba de su padre en el cementerio judío de Weissensee y la vieja casa en la que vivió en la famosa Plaza Victoria Luisa.
En 1987, estuvo en Berlín para tomar parte en los actos del 750º aniversario de la ciudad, ocasión en que dijo que sus años en la capital alemana habían sido los más importantes de su vida, de los que todavía estaba sacando provecho, ya que según afirmó, en aquel entonces no había otra ciudad en el mundo tan loca y salvaje como Berlín.
Es que Berlín, la palpitante capital de la República de Weimar, representó un hito importante en la vida del entonces joven Billy Wilder.
