Un avezado consejero presidencial, tras consultar su libro de cabecera (El príncipe de Maquiavelo), convencía a la corte y séquito que la solución mediática ya la había dejado anotada Napoleón Bonaparte en el capítulo XIX de dicho libro. En este capítulo Maquiavelo diserta a cerca de cómo el mandatario debe evitar ser despreciado y aborrecido en su gestión, a lo cual anotaba Napoleón "No tengo que temer el menosprecio. Hice grandes cosas. Me admirarán a pesar suyo" .
El espectáculo, deslucido y opaco, más que una opera épica parecía un oratorio intimista, un acto de constricción. Recital de argumentos sin convicción ni entusiasmo. A un lado la tan manida soledad del poder, el Presidente denotaba una languidez que delataban sus ojos, la expresión inequívoca de una tristeza profunda. Descartes en su Tratado sobre las pasiones del alma describe la tristeza como "una languidez desagradable, en la cual consiste la incomodidad que el alma recibe de un mal". Este mal, de antes ya crónico, se ha convertido en enfermedad.
Para blindar la imagen del Presidente y para evitar el acoso y derribo de su poder gobernante los avezados consejeros de su corte y séquito han diseñado una estrategia consistente en cavar fosos concéntricos alrededor del Presidente. Se amortigua de esta manera los efectos de la onda expansiva, producto de la explosión social gestada en el disgusto de las masas populares por las decisiones de su gobierno. Dispuestos en 10 fosos y distribuidos en relación con su especie y género los asesores, los consejeros, los consultores y toda su corte y séquito han construido un círculo gigante de aislamiento donde bien protegido y a salvo está prisionero el Presidente. Círculo con fosos que el divino Dante compararía con el octavo círculo del infierno de su Divina Comedia. El mal que ataca al Presidente no es más que el secuestro al que le tienen sometido su corte y séquito en el octavo circulo del infierno. Secuestrado de sus bases, secuestrado de las masas que lo eligieron, secuestrado de los que fueron sus colaboradores anónimos, secuestrado de la realidad en la enfermiza vorágine del poder.
