Producto de las críticas recibidas en redes sociales por sus “actividades privadas”, el señor Ernesto Pérez nos ha calificado de odiosos, envidiosos y rencorosos, y nos ha deseado que, a partir de la fecha, nos alimentemos de tales calificativos.
La Real Academia Española de la Lengua define al odio como antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea; la envidia, como tristeza o pesar del bien ajeno; emulación, deseo de algo que no se posee, y el rencor, como resentimiento arraigado y tenaz.
En estas líneas, le reafirmo al señor Pérez lo que ya le manifesté en redes sociales: su egolatría le obnibula el juicio a tal punto de estar convencido de que, quienes alzamos la voz contra actos característicos de nuestros cavernarios ancestros (con la diferencia de que ellos lo hacían por subsistencia y no por deporte), le envidiamos, odiamos o sentimos rencor hacia usted.
Ajustándome a las definiciones de esos términos antes descritos, ¿por qué habría de envidiar a una persona cuya vida pública ha estado plagada de escándalos; que apadrinó con su silencio cómplice todas las torturas, desapariciones y/o muertes ordenadas por dictadores, contra ciudadanos panameños? ¿Por qué odiar o sentir rencor contra alguien que, en aras de justificar los barbáricos actos de “su vida privada”, los equipara al consumo, por parte del pueblo, de alimentos cárnicos, provenientes de la actividad pecuaria, debidamente regulada y ejercida por productores que solo buscan generar ingresos de forma honrada y, a su vez, garantizar la seguridad alimentaria del país?
En síntesis, señor Pérez, usted no tiene nada que un ciudadano panameño decente pueda envidiarle, razón para odiarle o sentir rencor a su persona, ya que, como sabiamente acuñara Daniel Cerezo, es usted “tan, pero tan pobre, que lo único que tiene es dinero ...”.
El autor es ciudadano


