La odisea de Cristóbal Colón en Veraguas

La odisea de Cristóbal Colón en Veraguas
LA PRENSA/Jihan Rodríguez

Los indígenas veragüenses se rebelaron hace 500 años contra Cristóbal Colón y lo obligaron a desmantelar una factoría (procesadora) de oro, la primera en su género en el continente, y que había levantado en las inmediaciones de la desembocadura del río Belén.

Comandados por el cacique Quibián, 400 nativos lanzaron una lluvia de flechas al contingente del almirante Colón. Siete españoles murieron y los aborígenes fueron ahuyentados del área.

Quien narra la odisea del navegante es un descendiente directo, Cristóbal Colón XX, duque de Veragua y representante de la Corona española en la celebración del primer centenario de la República panameña.

Colón de Carvajal pronunció ayer, en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Panamá, la conferencia “Entre la historia y la novela: el cuarto viaje de Colón”.

El 6 de enero de 1503, Colón y sus acompañantes arribaron al estuario de un río que, por la fecha (Día de Reyes), bautizó como Belén. Tenían conocimiento de que había minas de oro, por lo que se aventuraron en construir una factoría.

Con las naves fondeadas, se registró una fuerte crecida del río, motivada por fuertes lluvias, las que ocasionaron daños a las embarcaciones La Capitana y la Gallega.

Transcurridas dos semanas de tiempo cerrado, al fin salió el sol y empezaron a establecerse. Estaba previsto que se quedaran en Belén 700 hombres, al mando del adelantado Bartolomé Colón.

“Las relaciones con el cacique vecino Quibián eran buenas y parecía que nada había que temer”, sostiene Colón de Carvajal, oficial jubilado de la Marina española y estudioso de la historia.

No explica por qué Quibián cambió de actitud. Prisionero de los invasores, el cacique escapó y dirigió el ataque.

Por la broma, mal de entonces de las naves, los cascos de las carabelas estaban tan llenos de agujeros como un panal de abejas. Colón abandona tres meses después Belén y avanza hacia Portobelo, adonde llega una semana después. “Allí hubo de ser abandonada La Vizcaína debido al mal estado del casco”.

El primero de mayo -relata Colón de Carvajal- estaban en Cabo Tiburón, en la actual frontera entre Panamá y Colombia, el punto más extremo alcanzado en el viaje, y allí se puso proa al norte para cruzar a Cuba.

En su cuarto viaje fue la primera y única vez que Colón pisó suelo panameño y navegó por sus costas. Venía de Honduras. Las naves fueron fondeadas el 5 de octubre de 1502 en la Bahía del Almirante, hoy Bocas del Toro. Con los indígenas cuyos le fue bien. Por trueque el almirante y sus acompañantes adquirieron aguilillas moldeadas en oro.

Colón, según narra 500 años después su descendiente directo, sufrió una terrible tempestad en diciembre de 1502 entre Portobelo y la desembocadura del río Chagres. “Fueron nueve días en los que perdieron toda esperanza de vida en medio de grandes y desgarradas olas coronadas de blanca espuma”. El panorama lo remató una tromba marina el martes 13 de diciembre, y deshecha la tempestad, las embarcaciones fueron escoltadas por una multitud de tiburones.

Todo era desalentador y ni una esperanza de encontrar el ansiado estrecho de las islas de las Especias, en Oriente, hacia donde se dirigían los navegantes. Las provisiones escaseaban y las pocas que quedaban estaban estropeadas. “El bizcocho estaba tan lleno de gusanos que algunos esperaban comérselo de noche para no verlos”, cuenta Colón XX, madrileño de 53 años, a diferencia del origen genovés del almirante.

El 23 de diciembre de 1502, las carabelas arribaron a Puerto Gordo, donde hoy está ubicado el puerto de Cristóbal, el extremo atlántico del Canal de Panamá. Los marineros pasaron en ese lugar la Navidad y el Año Nuevo.

Colón se encontraba en uno de los puntos de la región más angosta de Panamá, por donde siglos después se construyó el ferrocarril, y hace poco más de cien años, a su lado, la vía acuática. El creía, no obstante, que se hallaba cerca del anhelado estrecho que le conduciría hacia las islas de las Especias.

Los indígenas que se encontró en Puerto Gordo le confirmaron lo que le habían dicho los cuyos en Almirante: había un mar al otro lado de la tierra, lo que hoy llamamos el Océano Pacífico.

Colón y sus acompañantes hubiesen podido atravesar a pie de un océano a otro. Era el momento. Sin embargo, “poco sentido hubiera tenido para ellos hacerlo, ya que, por sus ideas geográficas preconcebidas, pensaban que se trataba del mismo océano y no de uno nuevo”, concluye el Duque de Veragua.

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