Dejando atrás Paso Canoas, en la frontera con Costa Rica y avanzando hacia la península de Burica, pareciera que fueras retrocediendo progresivamente en la historia, hasta situarte en el año 1932, época de la gran depresión en Estados Unidos.
Cientos de negocios en el territorio tico, que en la época del auge del banano fueron florecientes, ahora parecen desolados y abandonados, como cuando Gengis Kan y las hordas de mongoles, azotaron la Mesopotamia, India, Europa oriental, Siberia, hasta llegar al Pacífico chino. La parte panameña no escapa de este torbellino aniquilador, ya que en sí es mortal, pero más lento.
Adentrándose hacia el sur, esperas con el letrero de “El Progreso”, la siguiente población, haber superado las bandas nubosas del huracán y lo que encuentras, por monumento al desarrollo, es un grupo de fierros y vagones del emblemático ferrocarril oxidados y abandonados a la suerte, y no comprendemos cómo no han sido vendidos como chatarra. Es una población pobre y deprimida, rodeada de miles de hectáreas de tierras aptas para el cultivo.
El susto nos persigue, pero persistimos en el afán y llegamos a La Esperanza, misma, que buscamos animosamente, y solo una estación de combustible ha hecho la diferencia en el pueblo, desde hace 35 años que la conocimos por primera vez.
Pasamos las entradas de Corotú Civil, Berbá, pasando por Manaca Norte y Sur, hasta llegar a la entrada a San Bartolo, en dichos lugares notamos cómo la competencia es reñida, mano a mano, entre los templos evangélicos contra las cantinas, bares y “parrilladas”. Las sendas del Paraíso, se pugnan las ovejas descarriadas con las entuertas vueltas del averno. Las tinieblas contra la luz; en la que el actual gobierno ha encontrado como solución a la pobreza lugareña: ampliar a cuatro vías la carretera –tal vez otro negociado más– con el propósito de que las miserias que despuntan no tengan claras siluetas, con la velocidad de los autos al pasar.
Cuando llegas al triángulo de ingreso a la ciudad, el impacto que sientes por lo que observas, es como si hubieses chocado a 170 k/h, dentro de un auto Shery QQ, contra la máquina y 40 vagones del recordado ferrocarril cargado de bananos. Desde un monumento en dicha esquina, hasta las puertas y paredes del estadio “Glorias Baruenses”, pasando por las oficinas de Sitrachilco y el antiguo Súper La Fe, todo pareciera que se estuviera cayendo. Descascarillados, raídos, hierros podridos, oxidados, olvidados y sin esperanza cierta; todo se deteriora sin piedad humana, ni gobierno de turno que haga algo.
“Vivimos en un país de primer mundo”, sí. Pero para unos cuantos. Las condiciones de Río Mar, Pueblo Nuevo, San Vicente, el centro de la población, hasta la descompuesta “zona”, donde residían los mandadores y personal de confianza de la empresa bananera, es desagradable. El acceso al puerto está condenado y quien ingresa, lo hace bajo su riesgo. El único edificio que se observa en adecuado ambiente es el del Banco Nacional.
Solo con los millones mensuales que nos cuesta a los contribuyentes el sostenimiento del Servicio Aeronaval, los fronterizos y sus nuevos comandantes que juegan a la tecnología de punta con elevados costos para el pueblo, sin que sus “famosos logros”, lleguen a garantizarnos seguridad, tranquilidad y paz. Con lo que se gastan mensualmente, podríamos brindar oportunidades a cientos y cientos de ciudadanos baruenses dispuestos a producir, como lo hicieron en los mejores tiempos.
Estamos convencidos de que los intereses de los poderosos politiqueros locales, en contubernio con foráneos, lo que quieren es que se marchen los dueños por cansancio. Y que estos, vendan sus tierras y puntos estratégicos por cuatro pesos y un bagazo, haciendo más ricos a los insaciables cancerberos del poder.
Solo quien observe esta ciudad, comprenderá la realidad de un pueblo que resiste heroicamente. Sus condiciones de viviendas, calles, escuelas, servicios, sitios públicos, desalientan. No aceptamos cómo se trata de someter a la miseria a una población hermana. Nada justifica que con las riquezas que produce el Estado y el cacareado crecimiento de 9%, la luz y la esperanza no lleguen a un sufrido y combativo Puerto Armuelles, que espera la mejor muestra de solidaridad del resto de los panameños.
