Celia Cruz nos cantaba hace tiempo que “no hay que llorar, que la vida es un carnaval y es más bello vivir cantando”, y nuestro “Pescao”, nos recuerda para estas fechas que “cantando se olvida el dolor”. Pero, de entre las muchas canciones que se escuchan en estos días, sin duda, la que mejor nos retrató y lo sigue haciendo, es “Carnaval en la Central” del maestro Pedro Altamiranda.
Hoy martes de Carnaval, releo a otro maestro, Emilio Lledó, que dice en su ensayo, “El silencio de la escritura”, lo siguiente: “Todo lo que hacemos y, por supuesto, todo lo que vive nuestro cuerpo, se sostiene, entiende y justifica sobre el fondo irrenunciable de lo que hemos sido. Ser es, esencialmente, ser memoria”. Su libro aborda maneras de leer y comprender, de escribir y recordar que nos son muy necesarias hoy mismo.
Mejor “Carnaval en la Central”, que enseña deleitando, que “vivir cantando” y creyendo que así “se olvida el dolor”, como dicen las otras canciones. Ser es ser memoria, y ser panameños tiene que ser una lectura de la memoria panameña, una búsqueda urgente de cómo fuimos para poder cambiar el rumbo de lo que estamos siendo. Lledó, sabio como Altamiranda en su retrato de quienes somos, llama “futurólogos de la nada” a aquellos que pretenden que obviemos el pasado basándose sobre todo en apartarnos de la lectura.
Gisela Tuñón entrevistó los otros días a Pedro Altamiranda lúcido siempre, con el verbo afilado y preciso, que, a la pregunta obligada por aquello de la canción, “oye, Pedro, ¿para dónde vas?”, respondió, sin titubeos, “para mi sillón de lectura, tu ras”, y, tal y como están las cosas, no hay mejor destino que ese.
La transformación del futuro nacional comienza asumiendo la firme convicción de que nuestra circunstancia no es un carnaval, se parece cada vez más a “Alí Babá y los cuarenta ladrones”, aunque queramos ignorarlo cantando y brincando en la comparsa del olvido.
El autor es escritor

