Si no está en las páginas amarillas

Bajo corru, la corrupción no apareció ni como vecina de “corrugados”, así que la descarté porque no existe. Encontré “helicópteros” más no el HP-1430, por lo que el que hundieron a balazos no fue más que producto de mi calenturienta imaginación. En “casas” hallé las de alquiler, de cambio y muchísimas de empeño, pero de la casa aquella, nada; lo mismo sucedió con transparencia, durodólares y el caso Afú, que desde noviembre del 2002 desapareció de las páginas amarillas del magistrado Spadafora. Mi lista se fue llenando de tantos tachones que me di por vencida. Concluí, por tanto, que las páginas amarillas son el punto de referencia del gobierno para negar todo lo que no le conviene aceptar como existente. Lo que en ellas no aparece, ¡no existe!

Cuando termino mis caminatas, gracias a la endorfina, tengo suficientes arrestos para enterarme de las noticias sin perder la cordura ni dejarme ganar por el desaliento. Leer durante meses que la Caja de Seguro Social necesita urgentemente “respiración boca a boca” y ver que la tirantez, el egoísmo y la tozudez son los rasgos que predominan en las negociaciones, me preocupa muchísimo; aún confío en que los trabajadores, los patronos y el Gobierno central entiendan, antes de que la bomba nos explote en la cara, que para evitar el colapso todos los afectados tienen que hacer concesiones. Menos mal que mi nivel de endorfinas todavía estaba alto cuando vi irrumpir en una conferencia de prensa del Frente Nacional contra la Corrupción sobre el turbio asunto de una cantera, al enfurecido ministro de Obras Públicas, Eduardo Quirós; para agravar el papelón, el ministro se convirtió en policía que exigía nombres y cédulas. ¡Qué poca altura! Empecinado en construir la carretera Cerro Punta-Boquete, sin duda por instrucciones de la Presidencia, y a pesar de las objeciones de organizaciones ecológicas nacionales e internacionales, no me extrañaría que hiciera igual papelón con los ciudadanos que se oponen al proyecto que, según parece, es para beneficiar a unos señorones del área. El señor Pedro Gómez, inversionista del mega multicentro, dijo que le pidió a la presidenta, directamente a ella, el permiso para construir su puente privado en la Avenida Balboa. La desfachatada confesión de Gómez tiene una explicación: él sabe que a Moscoso la tiene sin cuidado que esos detalles se conozcan; que nos enteremos de que los bienes de la Nación los maneja como patrimonio personal. El permiso, concedido antes de que se ocultara el sol ese mismo día, es otra muestra de que las leyes ambientales y el respeto a la opinión ciudadana ¡tampoco están en las páginas amarillas!

Para cerrar, un suceso en Brasil que asocié con lo que nos sucede en Panamá. El señor Valdemar fue al hospital quejándose de dolor de oído; para su desgracia, por una confusión con su nombre le hicieron la vasectomía que había solicitado el señor Aldemar. En Panamá, hablando en forma figurada, también nos ha sucedido algo parecido. En vez de quitarnos el dolor que teníamos, el gobierno Moscoso nos ha sometido a la amputación de nuestras esperanzas en un mandato inteligente y libre de corrupción. Y aunque la amputación no aparezca en las páginas amarillas, ¡cómo duele!

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